El recuerdo más reciente que tengo del Chavo del Ocho, y quizás el mejor, es ver a mis dos hijos mayores, Juan Alejandro y Andrés Felipe, sentados frente al televisor viendo aquella popular serie mexicana. Fue hace unos 14 años, para aquel entonces tenían 8 y 4 años, y se divertían como locos con cada ocurrencia del icónico personaje de don Roberto Gomez Bolaños. Ese día entendí, sin lugar a dudas, que La Vecindad, el Chavito, don Ramón, doña Florinda, Kiko, etcétera, eran una parte innegable del imaginario latinoamericano que marcó el crecimiento de millones.
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