El psicólogo argentino Tomás Grigera, autor de El tránsito a nuevos paradigmas en los accidentes de tránsito, una magistral conferencia escrita que se puede ubicar en Internet, asegura que “el vértigo se ha instalado en la cultura de la sociedad veloz” y que “ahora el camino es el obstáculo mismo, algo a lo que ingreso pero de lo que debo egresar rápidamente”.
Y es que la velocidad caracteriza el mundo de hoy. La gente parece no estar cómoda en la ruta y pocos disfrutan de sus viajes cotidianos o habituales. Parece que entre más veloz sea el desplazamiento, más placer se obtiene. Transportarse, muchas veces se considera una actividad incómoda que hay que contrarrestar.
La congestión es la enemiga número uno de las ciudades, aunque la velocidad en exceso debería serlo. Si la primera se lleva lentamente la vida de la gente por el estrés que causa, la segunda se lleva las vidas de las personas en el acto. Sin esperas ni mayores impedimentos. Solo basta ir veloces para segar.
La congestión no causa el estrés, este es causado más por los factores asociados con no llegar a tiempo a una cita o compromiso en un mundo de velocidad. Es más sencillo mitigar el estrés producido por la congestión, planeado los viajes, que solucionar la pérdida de una o varias vidas por exceso de velocidad.
Con este planteamiento no defiendo ni abogo por la congestión. Solo quiero plantear que esta es producida por la indisciplina de los conductores. Vehículos mal estacionados que les quitan capacidad a las vías, bloqueos de intersecciones, choques y siniestros viales que demoran el paso por tramos de vía logrando largas colas de vehículos queriendo pasar por el punto del siniestro, entrecruzamientos riesgosos que hacen atascar el tránsito. Uso innecesario del vehículo particular. La construcción de más vías para más carros no es la solución a la congestión, como no lo es para la siniestralidad aumentar los límites de velocidad.
El uso racional de los vehículos particulares reduciría la congestión en las ciudades. Y unas velocidades racionales, acatadas por los conductores, los siniestros viales.
Colombia ha visto la pérdida de más de 123 mil vidas en accidentes de tránsito en los últimos 20 años. Cada año fallecen más de 1.700 peatones por esta causa; la cifra de motociclistas muertos en siniestros viales alcanzó 3.450 en 2018.
El programa de gestión de la velocidad de Bogotá tiene en cuenta las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS): un límite de velocidad para zonas urbanas “de 50 km/h excepto en lugares con altos volúmenes de peatones y ciclistas donde puedan existir conflictos entre vehículos motorizados y usuarios vulnerables; en este caso, el límite de velocidad recomendado es de 30 km/h”.
Buscar grandes velocidades en los vehículos particulares que transitan por las ciudades, donde hay interacciones con peatones, ciclistas, motociclistas, vehículos de transporte público y otros carros o motos es descabellado. Igual sucede en las carreteras en las cuales no es predecible la conducción o señalización de los vehículos que ocupan los espacios, ya sea que estén transitando o que se hallen detenidos.
El proceso de gestión de la velocidad en una ciudad incluye, además de la reducción de los límites de velocidad a 50 y 30 km/h, “la implantación de medidas para el cumplimiento (infraestructura, tecnología y control), que no sobrepasen el límite de velocidad establecido” (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2019. Programa de Gestión de la Velocidad. Documento base).
El profesor Francesco Tonucci, en su publicación La ciudad de los niños. Un nuevo modo de pensar la ciudad (Losada, 2003. 3ª. ed.) sostiene que “si el carril de la calle es reducido o se vuelve tortuoso o atravesado por obstáculos, entonces la velocidad será imposible”; y remata: “si se impide la velocidad, la calle se vuelve más segura, y no solo porque disminuye el peligro del tránsito, sino también porque se hace más difícil delinquir” (o transgredir la norma).
Así las cosas, aunque algunos sostengan lo contrario, desde el punto de vista ético, priman la seguridad vial y la cultura del cuidado de la vida por encima de la cultura de la velocidad.
Lo importante hoy, no es viajar rápido en carro o en moto por la ciudad o sus carreteras de salida o entrada; lo verdaderamente importante es viajar de un modo racional. A velocidades dentro de los límites establecidos, cuidando a todos los usuarios del sistema vial y garantizando que se continuará conduciendo en lugar de matar o morir en el intento. Es decir, sin contratiempos y con una alta probabilidad de seguirlo haciendo de forma segura.
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Nota: nos escribe desde Sandoná Nariño el lector Nelson C., quien dice con referencia a las columnas precedentes sobre transporte intermunicipal: “las apreciaciones son muy oportunas pero a veces muy incompletas. Acá en el transporte intermunicipal ubican dos pasajeros en el asiento del conductor donde solo hay espacio para un pasajero y se cuenta con solo un cinturón de seguridad; todo esto sumado a las múltiples discapacidades, es en verdad preocupante”.
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A mayor velocidad menos
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