Mié, 09/20/2023 - 12:22
Foto de portada: Planeta de libros

Los Desagradables: el retrato de un mal perdedor

En su nueva novela, Andrés Mauricio Muñoz construye un retrato implacable que expone a una sociedad edificada por el machismo, el clasismo y el prejuicio.

Los Desagradables (Seix Barral, 2023) es la más reciente novela de Andrés Mauricio Muñoz, escritor nacido en Popayán, también autor de Un lugar para que rece Adela (2015), El último donjuán (2016) y Hay días en que estamos idos (2017).

El libro nos sumerge en las divagaciones de un personaje apocado por la vida y por él mismo: Palomino, el solitario bodeguero de una empresa que lleva media vida huyendo de algo de lo que nadie puede huir: el propio rostro frente al espejo y la voz que lo acompaña.

“Palomino había pasado la mañana inmiscuyéndose en asuntos que no le concernían”. Esa es la frase con la que comienza el viaje de la novela. Primero, encontramos a Palomino frustrado y furioso por la decisión de Sofía, su compañera de trabajo, de terminar un affaire que para ella tuvo menos importancia de la que tuvo para él.

A partir de este punto, Muñoz nos sumerge en el mundo turbulento de la mente de su protagonista. El punto de inflexión se sugiere pronto, cuando sus amigos, excompañeros de carrera, lo contactan para un reencuentro. Los Desagradables, que era como conocían al grupo en la Universidad, no se muestran como una tabla de salvación en un momento difícil, sino como una amenaza para él.

En un mundo donde imperan los títulos (universitarios y mobiliarios), Palomino se sabe en desventaja frente a sus amigos. Su vida laboral es una extensión de su vida misma: predecible, sin sobresaltos, aburrida. Sus amigos en cambio, al menos en apariencia, son todo lo contario: hombres exitosos, adinerados y de familia.

Desde las primeras páginas, Palomino empieza a idear una estrategia para evitar que su fracaso sea evidente para sus amigos. Así, el escritor payanés va construyendo un personaje lleno de sombras. Estamos ante un protagonista diminuto, con pocas cualidades y lleno de dudas.

Es difícil sentir empatía por Palomino. Es un tipo calculador, pusilánime y resentido. Su tristeza viene no de la injusticia que condena a los desarraigados sino de la convicción egoísta de que el mundo le debe algo. Y así construye su identidad: creyendo que su familia le debe algo, que sus jefes le deben algo, y que (sobre todo) las mujeres le deben algo. Palomino es un misógino.

Sus monólogos internos son eso: divagaciones en las que condena a las mujeres por no fijarse en él (un buen hombre, según él mismo cree) y sí en otros hombres que él sabe miserables y maltratadores. Razón no le falta: el machismo es un germen que contamina la masculinidad, pero él no es ajeno a ello, solo que sus síntomas son distintos.

Hay algo de discurso incel en Palomino (ese peligroso grupo de hombres “célibes involuntarios”, convencidos de que las mujeres deberían ser repartidas para tener sexo de forma igualitaria), algo de ese impulso malsano lo mueve y lo lleva a la tragedia. Incapaz de gestionar el rechazo, termina rompiendo todos los límites y siendo preso, también, de la mala suerte. Palomino es ante todo eso: un mal perdedor.

Poco antes de su encuentro con Los Desagradables ve de lejos a Patricia Fierro, una excompañera de universidad, y el viejo resentimiento emerge de un lugar poco profundo. Era un resentimiento adormilado mas no muerto, que le había permitido ponerle rostro a su desprecio por las mujeres y que se había apaciguado por su fugaz relación con Sofía.

Sin ella en la ecuación, las circunstancias llevan a Palomino al desespero. Quiere buscar respuestas. Está convencido de merecer respuestas. Es más: cree que su excompañera se las debe.

Y es ahí donde las apariencias se vuelven en su contra. Patricia Fierro es una mujer maltratada y quizás infeliz, pero a través de su ventana al mundo dice otra cosa. Esa farsa, a la larga, es la condena de Palomino.

Quizás lo más arriesgado y a la vez valioso de construir un protagonista minúsculo es que a través de sus ojos podemos ver la fealdad de un mundo atrapado en su propio reflejo. ¿Somos conscientes de que vivimos nuestra vida mirando pedazos de otras vidas que son ante todo puestas en escena?

En esta novela, Andrés Mauricio Muñoz construye un retrato implacable que expone a una sociedad edificada por el machismo, el clasismo y el prejuicio. Somos espectadores del caos, claro, pero a veces participamos de él.

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