Mié, 09/21/2022 - 11:22

Tres variaciones sobre una canción de Navidad

Un cuento de Julián Acosta Riveros, reinterpretando el clásico de Charles Dickens.

Variación 1

“I am mortal,” Scrooge remonstrated, “and liable to fall.”

En la noche helada de los espectros, el cuerpo de un avaro es menos liviano que el aire que eleva a los espíritus encadenados.

Scrooge adivina eso al final de su alucinación, a tres pulgadas del suelo.

Variación 2

–No supimos qué le pasó. Quizás le dio un ataque mientras dormía y por eso terminó aferrado al poste de su cama, con ese rictus de terror.

–Qué importa. A propósito, señora Dilber, ¿para dónde va con ese fardo tan grande?

–A celebrar la Navidad.

Variación 3

Era una mañana fría de Navidad. Bob Cratchit se asomó por la ventana para preguntar quién llamaba de forma tan insistente.

–¿Qué quieres, muchacho? –gritó.

–¿Es usted Bob Cratchit?

–Así es. ¿Qué pasa?

–Traigo este pavo, es un obsequio del señor Scrooge.

Bob Cratchit no podía salir de su asombro. ¡Era un pavo inmenso! Pensó que quizás sus sentidos le jugaban una mala pasada, porque la mera existencia de ese pavo retaba todo lo que jamás había visto… ¡y que viniera de Scrooge! ¡Imposible!

Se vistió como pudo y corrió hacia la puerta. Su esposa intentó abrirse paso entre los niños que se asomaban, gritaban, se interrumpían.

–No confío en eso, Bob. Algo malo debe traer. Un hombre como Scrooge nunca actúa, y cuando lo hace, solo es guiado por la mano del infierno.

–¡Es Navidad! –dijo Bob, como si ese fuera el mejor argumento.

Atropelladamente llegaron a la puerta, pero la señora Cratchit pidió a su esposo que esperara a que también lo hiciera el pequeño Tim. Este llegó a ese momento familiar, para solemnizarlo.

Casi que entre todas las manos se abrió la puerta. La cara de los esposos se iluminó ante ese esplendoroso pavo: era el ave más grande que jamás hubiera presenciado, casi como dos veces el pequeño Tim. La señora Cratchit sintió tanta emoción que pensó que iba a romper a llorar, así que giró el rostro para ocultarlo en su regazo: justo en ese momento, sus ojos se cruzaron con la mirada del pequeño Tim.

Ya no era una mirada llena de amor y de ingenuidad.

Era la mirada del que sabe que nunca va a poder regalar un pavo así.

Es más: era la mirada del que sabe que nunca podrá probar algo como eso de nuevo, a menos de que sea por la caridad de alguien. Que sabe que todo cuanto pueda conseguir será mínimo en comparación con ese pavo.

Era una mirada que oscilaba entre la autocompasión y el odio.

Ese era el regalo final de Scrooge: una consciencia de su infinita pobreza.

Por: Julián Acosta Riveros, lector y editor

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