En el aeropuerto El Dorado de Bogotá las autoridades colombianas entregan a los pasajeros un librito con las reglas a seguir durante su estadía en la cita mundialista. A los pocos días de estar en Moscú me pude dar cuenta de que estas reglas no se cumplen de forma literal: A pesar de que en teoría está prohibido gritar en espacio público, al salir de un Fan Fest, con personas de diferentes nacionalidades, entre las que había varios rusos, empezamos a entonar cantos a todo pulmón. Al llegar al metro, la fiesta continuó mientras los pasajeros filmaban divertidos y los policías reían. Esta escena la he visto en repetidas ocasiones en la capital rusa y nunca, hasta donde sé, ha resultado ser problemática. Al final creo que lo importante es no molestar a los demás.
Esta consigna en apariencia simple se complejiza cuando tenemos en cuenta que no a todos nos molesta lo mismo. En el tren camino a Saransk había un vagón dispuesto como bar, allí nos reunimos los fanáticos de la “Tricolor” y el bullicio no se hizo esperar. La tripulación del tren pasaba divertida tomando registro del suceso con sus celulares, mientras eran recibidos entre abrazos y bromas. Sin embargo, a medida que el nivel de alcohol subía en la sangre de los presentes, la cosa fue cambiando de color. Las bromas eran cada vez más pesadas, mientras que algunos individuos empezaron a golpear el techo y a tratar de tomarse el trago ajeno. Es por ello que al final, junto al grupo con el que iba, decidimos retirarnos.
Ahora bien, al llegar a Saransk pude notar que el ambiente era de sana competencia. Colombianos y japoneses se hacían gestos amistosos y tomaban fotos, tratando de obviar la barrera idiomática. En lo personal no percibí en ningún momento problemas entre los aficionados de ambos bandos ni comentarios ofensivos más allá del: Poropopoo poropopooo el que no salte es de Japón. Incluso después de la derrota de nuestra selección varios colombianos felicitamos a los nipones por su triunfo, mientras ellos nos agradecían entre sonrisas. El tradicional intercambio de camisetas se dio con total normalidad, todo parecía transcurrir bien, a pesar de la tristeza de viajar tantos kilómetros para ver perder a la “sele”.
Cuando por fin pude tener datos en mi dispositivo móvil me enteré de la noticia: dos videos de compatriotas haciendo “quedar mal al país” habían recorrido todo internet entre comentarios de indignación. Uno mostraba cómo un hombre se aprovechaba de que un grupo de japonesas no sabían español para hacerlas decir cosas denigrantes sobre sí mismas. El segundo era un grupo de fanáticos que había logrado meter trago al estadio en unos binoculares. El contraste de estas acciones con la conducta de las personas del país del sol naciente, quienes recogieron la basura del estadio después del partido, aumentaba lo vergonzoso del hecho.
Nunca he ido a Japón y no podría afirmar a ciencia cierta que los japoneses recogen la basura en su país después de los eventos, lo que sí puedo decir con toda seguridad es que en Colombia denigrar de las mujeres y entrar trago a escondidas a los sitios es una práctica normal.
En cuanto al primer video, no pienso que el problema esté en las “malas palabras” como tal, hay casos de material audiovisual donde no hispanoparlantes dicen groserías sabiendo qué significan y queriendo hacerlo. Lo grave de lo acontecido, desde mi perspectiva, es el aprovechar la buena voluntad y la ingenuidad de una o varias personas para humillarlas. Lo anterior cobra mayor relevancia cuando se trata de un hombre sacando provecho de alguna ventaja para lograr que una mujer obre en contra de su propia voluntad, hecho por demás bastante común en Colombia. El problema no es únicamente que quedemos mal en el exterior, el problema es que la imagen que proyectamos se da por el modo como somos, tanto dentro como fuera del territorio nacional. Esta última reflexión aplica también para el segundo suceso.
Dentro del ámbito de las ciencias sociales es ampliamente conocido el hecho de que el encuentro con un “otro” nos lleva a cuestionarnos acerca de nuestros propios valores y creencias. En consecuencia, esperemos que el Mundial de Fútbol, más allá de un evento deportivo, sea un espacio de reflexión sobre la forma en que llevamos nuestras vidas.
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Excelente artículo.Equlibrado
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