Hice mis cuentas de acuerdo con el calendario de la Bundesliga y pensé que ese partido se jugaría a comienzos de enero de 2018. Con lo que no contaba era con las fechas entre semana. Por eso, cuando revisé el calendario faltaba solo una semana para el juego y en la página oficial del Stuttgart ya no quedaban entradas. Revisé entonces en las páginas de reventa y me encontré con la página web de “viagogo” que vende las entradas muy por encima del precio. Sin embargo, hice el intento de conmover a mi esposa que es quién maneja las finanzas del hogar para ver si hacía una excepción navideña y me regalaba la entrada cara. Ella, meticulosa como siempre, revisó la página y los comentarios sobre las transacciones y quedó muy mal impresionada. Los comentarios de las ventas de esa página muestran un gran porcentaje de inconformidad. Así se me fue la posibilidad de ver a James a menos de cien metros de distancia. Ni siquiera lo pude ver por televisión porque no tenemos señal y el único contacto que tengo con la civilización audiovisual es Netflix.
Con tristeza, seguí mirando el calendario de partidos venideros para ver si alguno me generaba interés. Siempre, en esa moda esnobista por hacerse fanático de algún club de alguna liga que nos genera curiosidad, pero no pasión, decidí hacerme hincha del Schalke 04. La razón es simple, su uniforme tiene los mismos colores y el mismo tono de mi amado Millonarios. No es por más. Ni siquiera sabía cuál era su ciudad base y ahora que la sé no la puedo pronunciar: Gelsenkirchen. En ese momento el Schalke iba de segundo en la Bundes y los partidos del Stuttgart siempre generan interés porque pelea para no descender. Es decir, por no regresar a la Bundesliga 2, de dónde viene al haber ganado el ascenso la temporada anterior. Pues bien, el partido que quise ver estaba ahí, programado para el 27 de enero y con entradas disponibles. Angelita, mi esposa, al ver mi cara de huérfano hambriento no tuvo más remedio que comprarme la entrada, tan conmovida, que lo hizo en uno de los mejores lugares del estadio. Ese fue mi regalo de Navidad y quizás valga también por uno o dos cumpleaños.
Ayer fue el día. Como niño antes de viaje largo no pude dormir en toda la noche imaginando cómo sería el estadio por dentro, los cánticos de las barras, las porristas y todas esas cosas que hacen del fútbol una fiesta en cualquier parte del mundo. Me levanté temprano para hacer mis pendientes domésticos y a las 11:00 am ya estaba listo para salir. El recorrido era simple. Acá casi todos los recorridos son simples, con un verdadero sistema integrado de transporte que incluye buses, líneas de metro y trenes para una ciudad que no supera los 620 mil habitantes. Además, muchas personas se movilizan por ciclorutas continuas que cuentan con largos trayectos alejados de las autopistas y metidos en los bosques, lo que implica a los ciclistas andar más seguros, por parajes más hermosos y caminos más cortos.
Caminé quince minutos desde mi casa hasta la estación más cercana del metro. Como era temprano para el partido que empezaba a las 3:30 pm, aún estaba vacío y me fui sentado, relajado. Atravesé la ciudad y llegué hasta la estación central de trenes. Para llegar hasta el estadio, que queda en las afueras de la ciudad, debía recorrer dos paradas en tren. Como el tren estaba un poco más lleno iba de pie, pero en condiciones dignas, con suficiente espacio para amarrarme los cordones y respirar. Todo el transporte se paga con un tiquete que cuesta 86,50 euros al mes. Sonará un tanto caro, pero no lo es para los precios en general de la ciudad y teniendo en cuenta la óptima calidad del transporte. Además, vale por todos los viajes que sean necesarios para ese mes, sin límite.
La llegada al estadio es imponente porque el Mercedes Benz Arena queda dentro del complejo industrial de Mercedes Benz que es colosal. Lo primero que se ve desde el tren son los módulos de las fábricas al lado de los rieles del ferrocarril. Hectáreas y hectáreas de siglos de historia del automovilismo fundadas por los ingeniosos Carl Benz y Gottieb Damlier. Entonces, aproveché para ir al museo de Mercedes Benz, un recorrido maravilloso por la historia del automovilismo de la mano de una de las marcas más importantes en el mundo.
Lo que más me conmovió fue ver y poderme subir a la réplica exacta del bus en el que se transportaba la Selección de Alemania en el Mundial de Fútbol de 1974, el año en el que nací, por la época en que nací. Fue un encuentro con mi esencia y con los misterios del destino. Jamás pensé vivir en Alemania y mucho menos poder ver ese bus que simboliza el poder del fútbol alemán que se hizo evidente justo ese año cuando salieron campeones en su propio país. Allí, frente al bus, la foto de esa selección capitaneada por el gran Franz Beckenbauer me decía que ese sería un buen día de fútbol.
Llegué muy temprano al estadio que queda a solo pasos del museo. Tenía hambre a eso de las dos de la tarde y me fui a buscar algo de comida. El menú no era muy variado. Pan con salchicha. Pasé por tres lugares del estadio y en los tres vendían pan con salchicha. Demasiado pretencioso llamarlo perro caliente. Solo es una salchicha entre un pan y sobrecitos de salsa de tomate y mostaza para los menos ortodoxos. Eso sí, las salchichas en Alemania son exquisitas, pero cuando es lo que más comes durante tanto tiempo, van perdiendo el encanto. Pero bueno, hambre es hambre. Para beber, solo cerveza. Y por lo que vi, la cerveza es la bebida obligada para entrar al estadio. En fin, armado de pan con salchicha y cerveza parecía un alemán más esperando entrar a las gradas. Un alemán enano y regordete que no entiende una sola palabra en alemán.
La entrada al estadio es supremamente ágil. No hay filas porque son muchos puntos de ingreso todos custodiados por personal de seguridad del estadio. A cada aficionado le hacen una requisa detallada pero rápida, para evitar el ingreso de armas u objetos contundentes.
Entré al estadio aún vacío. Mi silla quedaba en la parte alta del lado occidental de la cancha. Subí las escaleras metálicas y cuando al fin pude ver el campo de juego quedé extasiado. Es un estadio hermoso por fuera y por dentro. Por fuera, su diseño coincide con las instalaciones modernas y exquisitas de Mercedes Benz y por dentro, la majestuosidad es imponente. El Mercedes Benz Arena tiene capacidad para 52 mil espectadores, todos con puestos individuales; la grama es impecable y los lugares estratégicos para la prensa y las cámaras garantizan un buen espectáculo desde lo logístico. Por eso fue una de las sedes escogidas para el Campeonato Mundial de Fútbol de 2006.
Debajo de mi chaqueta y mi saco, llevaba la camiseta de la Selección Colombia. La única futbolera que tengo y que me regalaron mis amigos del combo con los que jugaba futbolito en Bogotá los miércoles por la noche. Retando el frío me tomé unas cuantas fotos con la camiseta de la Selección. En ese momento llegaron noticias tristes desde Barranquilla. Seis policías asesinados por un artefacto explosivo arrojado por un demente contra una formación en un cambio de turno. Me volví a poner mi saco, mi chaqueta y me senté un rato con la desazón que suelen producir esas noticias cuando uno está lejos.
Los primeros que llenaron la grada que les correspondía fueron los de las barras del Schalke 04. Les correspondía un rinconcito en una esquina de la tribuna sur que pronto llenaron con banderas y con cánticos. Ver esas banderas azules y blancas agitándose me hizo extrañar no haber podido estar en Bogotá para celebrar la estrella 15 de Millonarios, que debí celebrar en el silencio de las 3:30 de la madrugada de un lunes aguantando la emoción para no despertar a mi familia, pegado a una emisora virtual y escuchando con audífonos.
Poco a poco se fueron llenando las gradas y la barra del Stuttgart se acomodó en la tribuna norte. Los equipos salieron a entrenar animados cada uno por sus seguidores como preludio de lo que sería el partido.
Entre tanto, yo me seguía preguntando a qué hora saldrían las porristas. Pues bien, no hay porristas. Escasamente salió un lagarto con pinta de beisbolista animando al Stuttgart, porque es la mascota del equipo. Creí que me había encontrado con Roy Barreras en tierras germanas, pero él está ocupado en este momento consiguiendo votos para ser el próximo Roberto Gerlein en Colombia.
Tampoco hay actos protocolarios, ni himnos, ni fotos con los árbitros ni nada de todo ese preámbulo del mal fútbol. Acá solo hay fútbol. Buen fútbol. Escasamente un saludo entre los dos bandos y a jugar.
La barra del Schalke estuvo muy activa desde el principio. Cosa contraria a la barra del Stuttgart, que estaba parca y con las banderas enrolladas. En algún momento del inicio del juego, la barra del Stuttgart rompió el silencio con un grito atronador y todas las banderas empezaron a danzar. Los cánticos subían el tono y cambiaban el ritmo. Los del Schalke trataron de subir sus notas, pero eran superados en número, por lo cual sus cánticos se escuchaban solo como música de fondo de las revitalizadas y activas barras del Stuttgart.
Me quedé embelesado con las barras y concentré mis sentidos en los cánticos sin percatarme de que el Schalke estaba cobrando un tiro de costado peligroso. Mientras grababa con mi celular a la barra del Stuttgart, el Schalke hizo su primer gol. Hice cara de tristeza y decepción: todos los que me rodeaban eran hinchas del Stuttgart. Solo era por solidaridad, en realidad no había peligro de nada. Las hinchadas comparten tribunas sin ningún problema. De hecho, muchos van acompañados por sus amigos hinchas del equipo rival y se hacen bromas todo el partido. Bueno, eso creí entender de lo que hablaban, porque no entiendo nada.
A los pocos minutos del primer gol, vino el segundo del Schalke. Un penal sin discusión por una imprudencia de un defensa del Stuttgart. A partir de ese momento el partido bajó la intensidad, el Schalke tenía controlado el juego y el Stuttgart generaba avances infructuosos. Los hinchas del Stuttgart empezaron a tomárselo con humor. No han tenido una buena temporada y apenas si se zafan por un par de puntos del descenso. Su estrella en este momento es Mario Gómez, ese delantero letal que ya no está en su apogeo. La gente lo quiere porque empezó su carrera en el Stuttgart y regresó después de muchos años de éxito en otros clubes. Quizás está planeando su retiro. Es lo que usualmente hacen los jugadores cuando regresan al club que los vio nacer.
El primer tiempo pasó sin mucha novedad. En el intermedio la mayoría aprovechó el descanso para rellenar sus vasos de cerveza y para comerse otra salchicha. Los baños estaban abarrotados y los corredores también. La gente aprovecha ese espacio para soltarse un poco de la silla, estirarse y conversar. Son muy pocos los que permanecen en sus puestos.
El segundo tiempo empezó y el Stuttgart intentó marcar el descuento rápido, pero dejó unos vacíos en el fondo tan grandes que se salvaron al menos tres veces del tercero. La barra del Stuttgart de la tribuna norte animaba y los de occidental acompañaban con unos tímidos aplausos. Pocos tenían fe en la remontada que al final no llegó. El marcador quedó dos a cero, perdiendo el equipo de casa. Por dentro, yo disfruté ver a los azules abrazándose al final del partido. El Técnico del Schalke 04, Domenico Tedesco, hasta hace poco era un técnico sin trascendencia de divisiones inferiores y de la segunda división de Alemania. Paradójicamente inició su carrera en el Stuttgart, después de abandonar su puesto de trabajo en la Mercedes Benz. Ahora tiene al Schalke peleando el ingreso a copas europeas y solo tiene 32 años de edad. Una historia interesante para seguir.
La salida del estadio fue lenta y calmada. El camino hasta la estación del tren es largo, y la marea de gente lo va llevando a uno. En el camino, las camisetas rojas con blanco del Stuttgart y las azules del Schalke se iban confundiendo y entrelazando, algunos caminaban en zigzag víctimas de las siete u ocho cervezas que se tomaron en el partido. Mientras caminaba pensé en lo tortuoso que sería montarse a ese tren repleto. Las tribunas tenían al menos 35 mil espectadores y no sabía cómo se iba a subir todo ese gentío al tren. Bien, algunos se fueron en sus carros particulares, otros en las muchas rutas de buses que hay disponibles y otros tantos quedamos para el tren. Efectivamente la acera de la estación se veía complicada. Hordas y hordas de gente esperando un espacio para subirse. Cuando llegó la máquina, la gente se fue organizando para subirse. Yo me quedé quieto y la gente me fue subiendo a medida que ellos se iban subiendo. Cupimos todos. Un poco más apretados, pero de nuevo en condiciones dignas. Al interior del tren se escuchaban de nuevo los cánticos de los dos equipos. Esta vez mucho más fuertes los del Schalke. Uno que otro aficionado del Stuttgart les gritaba algo y los demás reían. Yo también me reía, como para que no se me viera la cara de imbécil porque no entendía nada. Si ellos reían, yo reía, si ellos abucheaban, yo abucheaba. Nunca me había sentido con tan poquita personalidad desde el colegio. Pero eso me hizo mucho más ameno el trayecto de regreso.
Volví a contarle todo a mi esposa. Le agradecí por este gran día de padre solitario amante del buen fútbol y de escribir cosas. Y bueno, acá estoy haciendo la otra parte. Contándoles esta historia simple pero bonita. Fue un lindo día futbolero. Tal como me lo dijo Franz Beckenbauer desde esa foto al frente del bus de Alemania 1974. Un lindo día.
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Una crónica nostálgica de un
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