Dom, 04/29/2018 - 04:56
Fotografía tomada del portal colombia2020.elespectador.com

El abrazo de la verdad

El pasado 25 de abril el líder de la guerrilla de las FARC Rodrigo Granda y el ideólogo de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) Iván Roberto Duque, alias “Ernesto Báez”, se fundieron en un abrazo memorable. Esto sucedió en el marco de los conversatorios de El Espectador 2020, en los cuales se tratan temas relacionados con el conflicto armado en Colombia.

Iván Roberto Duque pidió perdón de manera emocionada “por esta guerra burda y absurda que nunca debió haber ocurrido” mientras que Rodrigo Granda aseguró que las FARC no volverían a la guerra y que no había poder humano que los hiciera desistir en su camino hacia la paz. Estos gestos, sin duda, son esperanzadores y le abren una brecha de ilusión a la paz. Sin embargo, la persistencia de la violencia en Colombia de la cual siguen siendo víctimas los líderes sociales, la fuerza pública y ciudadanos inermes que caen en las garras de grupos narcotraficantes disfrazados de disidencias, bandas criminales o que se siguen haciendo llamar guerrilla; sin contar la violencia intrafamiliar y la violencia que se deriva de la inseguridad, que son las violencias imperceptibles que más víctimas dejan, entre muchas otras manifestaciones de violencia, deben invitar a una profunda reflexión sobre el carácter, razones y motivaciones de la violencia en Colombia.

Por eso, más allá de los abrazos, lo que el país demanda en este momento histórico es un compromiso inquebrantable de los excombatientes con la verdad. La única forma de poder reconstruir el tejido social y humano que rompió la guerra es con base en la verdad por más dolorosa que sea. Y la verdad no necesariamente para las instancias judiciales, que es un mero trámite, sino la que se le debe decir a las víctimas para que puedan empezar a procesar su duelo, a sanar sus heridas y a perdonar. Porque el perdón tampoco es obligatorio. Hay que ver la profundidad de las heridas que dejó el conflicto para comprender que nadie está obligado a perdonar y que igual, el perdón es inocuo si no es sincero.

Porque detrás de esa verdad está la estructura de la violencia en Colombia. Esa verdad revelaría los entramados económicos que han mantenido vivo el conflicto, quiénes se han beneficiado con los desplazamientos forzados, quiénes se han apoderado de las tierras abandonadas, qué otras verdades se silenciaron con las balas y por qué, cómo se desviaron los recursos públicos para mantener las maquinarias de la guerra y qué nexos existen entre los grupos armados con los empresarios y políticos del país. Es decir, en la verdad y solo en la verdad se podrían descubrir las motivaciones reales de un conflicto burdo y absurdo como bien lo dijo Iván Roberto Duque.

Esto no será fácil, menos cuando la Corte Constitucional limitó la jurisdicción de la Justicia Especial para la Paz (JEP) a la guerrilla de las FARC y a quienes voluntariamente quieran acceder a ella. La verdad a medias nunca será “la verdad”, solo será una verdad conveniente manejada al antojo de quien sigue pontificando a partir de la verdad que oculta.

Por eso el abrazo que se dieron Iván Roberto Duque y Rodrigo Granda debe trascender la emotividad para convertirse en su compromiso con la verdad, porque más allá de esa balanza mítica que se ha planteado entre justicia y paz, el eje sobre el cual se mueve esa balanza es la verdad. Sin verdad, no habrá ni justicia ni paz.

Estoy seguro de que cuando esa verdad se empiece a revelar integralmente, las causas y raíces de la violencia se incrustarán con fuerza en el establecimiento y en sus representantes que se han valido del Estado como una herramienta de sometimiento y opresión. Por eso no son los mecanismos institucionales los llamados a ser los conductos para que se revele esa verdad, porque el Estado y las élites seguirán manipulando la verdad a su antojo y conveniencia. El Estado históricamente ha ocultado la verdad para favorecer a las elites y es tradicional que cuando la verdad que el Estado oculta se revela, ya es inútil.

Es la ciudadanía misma la que se debe encargar de sacar la verdad a flote. Las víctimas, por su legítimo derecho a conocer las circunstancias de tiempo, modo, lugar y razones que les dieron esa condición, por las organizaciones sociales que vienen liderando las luchas de las comunidades que más han padecido la violencia, por la academia que le puede dar forma y cauce a esa verdad para que apunte a la solución de los conflictos y por los excombatientes que son los que tienen la información más sensible y dolorosa que la sociedad debe conocer.

La verdad debe ser una construcción común. Es el único cimiento sólido de la reconciliación. Quizás genere resentimiento, dolor y deseos de venganza. Por eso debe esa verdad debe ser tramitada con la mayor cantidad de actores posibles y siempre con una base social sólida y firme en donde las víctimas tengan un rol protagónico. Por eso además es tan importante proteger a los líderes sociales que son la memoria histórica del conflicto y quizás por eso mismo los están matando, para matar con ellos la verdad que es tan incómoda para los poderosos del país.

El abrazo de Granda y Duque tiene sentido solo si los dos están pensando en reconstruir la verdad, cada uno desde su orilla y con el deseo genuino de reparar y reivindicar a las víctimas. De lo contrario, seguirá siendo un abrazo muy emocionante, pero vacío de esperanza.

 

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.