Por primera vez en la historia de Colombia, desde la Independencia, la izquierda política tiene una posibilidad real de llegar a la Presidencia de la República. Y no estamos hablando del socialismo del siglo XXI, como maliciosamente lo han querido vender la derecha y el llamado “centro” político del país, sino el progresismo que comprende a la izquierda como la forma de hacer política que se ajusta a la economía de mercado para hacerla más justa, incluyente, plural y respondiendo a las necesidades de una humanidad amenazada como especie por sus propios abusos contra la naturaleza en función del capital.
Gustavo Petro ha sido una figura política relevante desde su desmovilización del M-19. Fue un congresista destacado, de esos que no pasan desapercibidos durante sus gestiones, y desde allí enfrentó a las grandes mafias del poder. Reveló con nombres, apellidos y lugares los nexos de los políticos con los paramilitares en sus fortines más inexpugnables. Además, vivió para contarlo. Pocos han logrado eso. Y como alcalde de Bogotá, a pesar de que su gestión no fue tan eficiente como muchos hubiésemos querido, insertó en la agenda de la ciudad y de los ciudadanos el factor humano tan importante para cualquier forma de gestión pública. En esta campaña Petro ha podido evidenciar los resultados imperceptibles de su mandato mientras fue alcalde, porque los reflectores de los grandes medios, los que son controlados por los conglomerados empresariales del país, se encargaron de mostrar solo la parte mala de su gestión en cada noticiero, en cada medio y en casi todas las emisiones. Para los medios él era un incompetente, no un incomprendido, como el actual alcalde de Bogotá.
Además, debió lidiar con el odio del exprocurador Alejandro Ordoñez que disfrazó de control disciplinario su animadversión ideológica y lo destituyó e inhabilitó. Solo la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la presión de los seguidores de Petro que se reunieron en la Plaza de Bolívar cada noche mientras estuvo destituido, lo pudieron mantener en el cargo, pero con un margen de maniobra muy limitado, porque además tuvo las mayorías del Concejo Distrital en su contra. El Consejo de Estado finalmente restituyó los derechos políticos a Petro respaldando los argumentos de la CIDH y notando que no existieron pruebas suficientes para demostrar que el exalcalde incurrió en faltas disciplinarias al cambiar el esquema del servicio de aseo en Bogotá.
También es legendaria la complicada personalidad de Petro que le impide armar equipos de trabajo consistentes y de alto nivel. Es cierto que alejó a personas valiosas en el ámbito político y técnico como Antonio Navarro Wolff o Daniel García-Peña y que sus maneras no son las más sutiles para tomar decisiones.
Por estos factores me había resistido a manifestar mi apoyo a Gustavo Petro, porque creo que sus rasgos de personalidad, que no son un detalle menor, pueden incidir negativamente en su forma de gobernar. Pero creo, además, que en este momento su personalidad es controlable en función de una posible presidencia por dos razones: La primera, porque ya tiene la experiencia de la Alcaldía de Bogotá y sabe que cazar peleas sin estrategia lo único que le genera es inmovilidad en su gestión, por lo cual tendría que desarrollar una mayor capacidad de negociación y concertación para poder gobernar; y segundo, porque Petro va a tener mucha resistencia en el legislativo en donde no cuenta con mayorías y tampoco cuenta con el favor de las Fuerzas Militares, que han sido sumisas y no deliberantes en dos siglos de historia republicana, pero que jamás han tenido que cuidar y mantener un gobierno de izquierda. Esto obliga a Petro a ser más prudente y más mesurado en función de mantener un eventual mandato.
Por lo demás, creo que Petro está poniendo en la agenda política del país los temas que son necesarios en la contienda electoral actual: La diversificación de la economía para no depender exclusivamente de unas reservas de petróleo que se están acabando, la generación de energías limpias para contrarrestar el cambio climático, la gratuidad en la educación superior para generar más oportunidades a los menos favorecidos y, el más importante, la redistribución de la tierra, que es el factor más sensible sobre el cual se sostienen décadas de conflicto armado en Colombia. Estos temas realmente le apuntan a un cambio estructural en la pirámide social y de allí el discurso rancio y tendencioso de la derecha y de la derecha maquillada de centro que pretende desprestigiarlo bautizándolo como el Chávez colombiano.
Petro ha tomado distancia ideológica de Chávez de manera explícita y ha reconocido que el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura. Su estilo de gobierno no ha sido autoritario. Por ejemplo, Peñalosa ha usado el ESMAD mucho más que Petro como alcalde de Bogotá. Además, Petro no cuenta con el apoyo del establecimiento, ni de las Fuerzas Militares, ni de las élites, ni de los grandes grupos empresariales para imponer un gobierno autoritario o para pretender perpetuarse en el poder. A Petro solo le queda gente, gente común y corriente que va y llena las plazas de las ciudades y de los pueblos cada vez que va con su discurso, y de líderes sociales que han esculpido su liderazgo en medio de la tragedia como la ambientalista Francia Hernández, el líder agrario César Pachón o la madre de uno de los mal llamados “falsos positivos” Luz Marina Bernal. Esa es la gente que se une a Petro y sin duda, eso habla bien de Petro.
A Petro lo acusan de haber sido guerrillero. Sí, fue guerrillero mientras en Argentina arrojaban a los estudiantes desde los aviones de la fuerza aérea al mar. Fue guerrillero mientras en Chile la dictadura de Pinochet asesinaba maestros y artistas y enviaba a los intelectuales al exilio. Fue guerrillero cuando en la mayoría de países de América Latina gobernaban las dictaduras militares. Fue guerrillero cuando en Colombia tener un pensamiento de izquierda era criminalizado y bastaba tener un libro de Marx en las manos para tener que pasar por las más horrendas torturas y quizás por la desaparición forzosa. Y fue guerrillero de un grupo subversivo que surgió a raíz del robo descarado de unas elecciones en 1970. La guerrilla en Colombia se degradó, es verdad, pervirtió su lucha, es verdad, pero negar que sus orígenes tuvieron una raíz legítima y comprensible es ponerse una venda en los ojos de la historia y omitir las barbaridades que tuvo que padecer América Latina durante tres décadas por cuenta de la satanización del comunismo con hilos movidos desde los Estados Unidos para preservar su hegemonía en el Continente. Esa parte pocos la cuentan.
De Petro dicen que es populista y que polariza. Y dentro de esta polarización, lo ponen al mismo nivel de Álvaro Uribe, porque Petro es el otro extremo. Eso es falso y es un discurso que con astucia ha manejado mejor el llamado “centro” que la misma derecha. Porque ese tal “centro” se presenta en el medio de esos dos extremos. La verdad es que Petro no representa ningún extremo. Petro representa una ilusión de país con proyectos que son deseables y que no son extremistas. Petro no ha promovido la aniquilación sistemática de la oposición ideológica (incluso propiciando la muerte de millares de inocentes en total estado de indefensión), no ha perseguido a sus detractores políticos o de los medios de comunicación con las agencias de seguridad del Estado y no ha reformado la Constitución Nacional para perpetuarse en el poder. Eso sí lo hizo Uribe. Petro no. Por eso ubicar a Petro y a Uribe en el mismo nivel no es más que una estratagema de desinformación, e insistir en equiparar a Petro con Chávez de manera deliberada y calculada es infundir miedo, ese sentimiento que más voto de opinión mueve en Colombia.
Se dice de Petro que es megalómano y egocéntrico. Y eso quizás sea cierto. Pero no sé cómo podría llegar un líder de izquierda a las plazas a convencer a millones de personas con cara de apocado y un discurso humilde cuando se tiene que enfrentar a dos siglos de historia de dominación de la derecha más retardataria, más recalcitrante y más reaccionaria de toda América Latina. Se dice de Petro que sus proyectos sociales, económicos y políticos son inviables y que no se pueden financiar. Eso dicen de su programa de gobierno en un país en el que se pierden 50 billones de pesos anuales en corrupción que nadie reclama y que nunca se recuperan, más allá de la indignación cotidiana que no sirve para nada, mientras la gente va a las urnas y sigue eligiendo a sus verdugos y a sus ladrones.
Es posible que Petro no gane estas elecciones, debo ser honesto. Se unirán el establecimiento, los biempensantes perfumados y “el centro” para mantener el estatus quo sobre la base histórica de las elecciones en Colombia de que es mejor malo conocido que bueno por conocer. No importa que ese malo sea pésimo y que a ese bueno jamás lo vayamos a conocer. La realidad política colombiana está plagada de convenientes y timoratos. Sin embargo, la izquierda progresista de Colombia tiene una magnífica oportunidad para fortalecer y conservar su ilusión, para organizarse, para formarse y edificarse, para contrarrestar la imagen mesiánica de Petro con cuadros cada vez más sólidos, más estructurados y más deliberantes que trasciendan a Petro y le den orden a una izquierda fragmentada, débil y pusilánime que huye a buscar sus propios nidos en cada elección dejando abandonados los ideales a su suerte. Esta es una oportunidad para la ilusión. Quizás la presidencia no llegue esta vez, es muy posible. Pero al menos nos quedará el derecho a la ilusión. Ese no lo podemos dejar morir, no nos lo podemos dejar quitar.
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