Es claro que las llamadas guerrillas comunistas como las FARC o el ELN en algún momento perdieron su norte ideológico y esos propósitos revolucionarios se convirtieron en una simple excusa discursiva de su aparato criminal. Es evidente que lo que está pasando en Venezuela con el gobierno autoritario, déspota e intransigente de Maduro que se sostiene sobre un sistema económico que empobrece cada vez a más personas y las manda a las cárceles, al exilio o a los cementerios, ondeando las roídas banderas del socialismo del siglo XXI, marcó para siempre con el signo de Caín a la izquierda en América Latina.
Sin embargo, se cometen varios errores al equiparar las ideas sociales con estas formas fracasadas de concebir sociedades igualitarias. Como muestra de ello, las FARC comprendieron la inutilidad de su lucha armada y decidieron participar en política para trasladar su ideario de los campos de guerra a la contienda electoral a través de un proceso de negociación con el Gobierno de Juan Manuel Santos. Los resultados electorales están a la vista. Para el Senado obtuvieron el 0.34% de los votos y para la Cámara de Representantes el 0.21%. Votaciones pírricas, si creyeron que en más de cincuenta años de lucha revolucionaria sus acciones habían calado en la gente. Por supuesto que no, porque la degradación ideológica y moral de esa guerrilla estuvo a la vista de todos. Además, millares de personas en el campo y la ciudad la padecieron, en especial ciudadanos comunes a los que, por ejemplo, bajaron de vehículos de servicio público y los secuestraron en las llamadas “pescas milagrosas” sin tener más patrimonio que su billetera. Algunos de ellos jamás regresaron a sus hogares. Para nadie es un secreto que los comandantes de esa guerrilla se enriquecieron con actividades criminales incluyendo al narcotráfico, y que sus gustos por los placeres capitalistas y mundanos eran evidentes. Por eso la guerrilla de las FARC desde hace mucho tiempo no representan a las necesidades sociales o populares. Equiparar FARC con socialismo no es más que una estrategia demagógica para desprestigiar a la izquierda. Las FARC no solo no representan a la izquierda democrática, sino que le han hecho un daño inconmensurable al usar su discurso mientras masacraban, secuestraban y extorsionaban al pueblo. El mismo desprestigio que está logrando “el socialismo del siglo XXI” de Venezuela para la izquierda en todo el mundo.
Pero para nadie tampoco es secreto que el origen de esas guerrillas se dio en un contexto particular y legítimo. El Frente Nacional, que fue el acuerdo entre los cuadros del Partido Liberal y el Partido Conservador concretado en España en 1957 y ejecutado a partir de 1958 en Colombia para conjurar la crisis de violencia de mediados del siglo XX, cerró la puerta de la democracia en la cara de todos los movimientos de izquierda. El Frente Nacional fue un acuerdo entre las oligarquías liberales y conservadoras de Bogotá, en donde se impuso la voluntad de lo más rancio de la aristocracia criolla vestida de rojo y azul, que al final demostraron que eran mucho más oligarquía agremiada que rojos o azules. Por supuesto, los movimientos de izquierda no encontraron otro campo de acción política que las armas y la clandestinidad, empezando por los campesinos a quienes estaban persiguiendo y sacando de sus tierras. Esto dio origen a las FARC, al ELN y al EPL a mediados de los años 60´s.
En 1970 se fraguó el fraude electoral más memorable de la historia política de Colombia para forzar lo acordado en el Frente Nacional y se le robaron las elecciones al General en retiro Gustavo Rojas Pinilla que se lanzó a la Presidencia por la Alianza Nacional Popular (ANAPO), para que el liberal Carlos Lleras Restrepo le entregara la banda presidencial a Misael Pastrana Borrero, candidato del Partido Conservador, a quien le correspondía el turno para gobernar. Este fraude dio origen al M-19.
En el contexto internacional, la llamada guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética llenó a América Latina de dictaduras militares represivas contra todos los movimientos políticos y sociales de izquierda. Por ejemplo, en 1973 en Chile fue derrocado y “suicidado” por los militares el Presidente Salvador Allende, socialista elegido democráticamente en 1970.
Como pueden ver, el origen de las guerrillas no fue un capricho de facinerosos. Fue un movimiento armado de resistencia y defensa de sectores campesinos, populares, de estudiantes y obreros que, ante la coyuntura histórica, la opresión de las élites y la falsa democracia no encontraron otra forma de lucha que la armada.
Sin embargo, el mundo evolucionó hacia el triunfo del capitalismo sobre el socialismo y a finales de la década de los ochentas y comienzos de los noventas, la Unión Soviética se disolvió, el muro de Berlín cayó y la mayoría de guerrillas en América Latina fueron derrotadas o firmaron acuerdos de paz con sus respectivos gobiernos.
Pero la izquierda en Colombia sufrió una doble tragedia en ese mismo lapso. La izquierda política fue exterminada sistemáticamente por las fuerzas oscuras del Estado, el paramilitarismo y el narcotráfico con el genocidio de la Unión Patriótica (UP) y la izquierda armada se fue degradando ideológicamente como ya lo señalé. Mientras las ideas eran aniquiladas, la lucha armada se desprestigiaba.
Esto hizo que las luchas originales de la izquierda, justas por demás, se perdieran de la agenda política del país y que la derecha, vestida de rojo, de azul o de cualquier color conveniente para la ocasión, impusiera su agenda de gobierno sin reparar mucho en el aspecto social acrecentando las brechas sociales, injusticias, inequidad, acaparamiento y por supuesto, pobreza.
Y estas brechas sociales, que cada vez se profundizan más, han sido tremendamente funcionales a las élites políticas, económicas y sociales de Colombia porque es en la necesidad de las personas en donde han encontrado su nicho de dominación. Es a través de las necesidades que se manipula al pueblo. Las redes clientelares son cada vez más fuertes porque las personas cada vez son más dependientes de los políticos. El Estado es uno de los principales empleadores y ante la ausencia de méritos y el exceso de privilegios de la clase política del país, es desde la burocracia estatal nacional y regional desde donde se controlan los grandes flujos electorales que terminan eligiendo a los gobernantes de turno, que solo usan al pueblo como una herramienta para llegar al poder, pero que jamás se sienten comprometidos con resolver sus necesidades o asumir su representación. Además, el Estado y la política son solo herramientas de opresión de los grandes grupos económicos que concentran la riqueza de la nación, que instrumentalizan los gobiernos para que cumplan sus órdenes y para que, a través de la ley, se den visos de legitimidad y legalidad a su opresión. En Colombia se legisla para el favor y conveniencia de los grandes grupos económicos, para conservar el status quo y para garantizar que la pirámide de privilegios que mantiene el establecimiento no sufra modificaciones sustanciales.
Por eso es terriblemente peligroso para Colombia seguir ignorando aspectos fundamentales que han sido combustible de la violencia social del país e incluso de la degradación moral de la sociedad en su conjunto. Palabras como igualdad, equidad, justicia social, redistribución de la riqueza, cooperación, solidaridad y comunidad, entre muchas otras, son mucho más que meros ganchos discursivos en época electoral. Son la única esperanza para garantizar una paz “estable y duradera” porque es allí en donde están las causas estructurales de la violencia. La alta abstención que caracteriza las elecciones en Colombia no es causa, como tan ligeramente se analiza, de los males de la política nacional. Es consecuencia. La gente le perdió la fe a la política y a los políticos y han optado por sobrevivir a pesar de ellos y no gracias a ellos. La abstención es juzgada como ignorancia, apatía o irresponsabilidad y seguro hay mucho de eso, pero es claro que difícilmente la política cautiva a los ciudadanos porque es la política la que representa lo más rancio y corrupto de la sociedad. Por eso las comunidades se organizan y responden a los lineamientos de sus líderes que además son sus vecinos y por eso la guerrilla encontró tanto arraigo en regiones absolutamente abandonadas por el Estado. La gente no le está creyendo a la política y muchas de las personas que participan en los procesos electorales lo hacen porque están sometidos a ella.
Por eso, antes de mirar qué está pasando con los políticos en los debates electorales, se debe mirar con detenimiento, análisis y estudio qué está pasando con los líderes sociales en los territorios y qué está pasando con los vacíos de poder que dejaron las guerrillas con su desmovilización. Allí está la bomba de tiempo de la nueva era de violencia. A los líderes sociales los están asesinando y a los campesinos les están usurpando sus tierras legalmente, además, porque mientras en La Habana se acordaba la reforma rural integral, el Congreso aprobaba la ley de Zonas de Interés de Desarrollo Rural Empresarial (ZIDRES) que va en detrimento de la propiedad del campesino y fortalece la propiedad rural de las grandes empresas.
La justicia social es mucho más que una noción de izquierda. Es el sustento de cualquier bienestar social perdurable, más en un país con tantas necesidades y desigualdades como Colombia. Por eso soslayar con estigmas y discursos cargados de odio equiparando las luchas sociales con los modelos mal concebidos sobre lo social, nos está llevando a una nueva y cruenta ola de violencia. Más ahora, que todo parece indicar que para las próximas elecciones el barco de Colombia se va a hundir a estribor, desde donde deliberadamente se ignoran y reprimen los clamores populares.
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Excelente comentario, nada
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