La vida moderna es la mejor disculpa. El estrés, el afán, la poca paciencia y la necesidad de cumplir rápidamente con los viajes previstos son factores de riesgo para que conductores de vehículos motorizados, ya sean automóviles, buses, camiones, camionetas o motocicletas, pasen raudos y campantes ante la luz amarilla del semáforo, acelerando su paso antes de la luz roja o incluso con ella.
El fenómeno ataca también a algunos ciclistas y peatones, quienes cruzan las intersecciones así la luz roja del semáforo les indique que no deben hacerlo.
De las generaciones del presente, la mayoría de personas ha cumplido o cumple con honores la tarea de llevar la maqueta de un semáforo hecha en cartulina a su clase de primaria. Generalmente fabricada en familia, o por la madre o el padre la noche anterior, luce fresca y colorida en tres dimensiones en las manos de los niños, quienes cuidadosamente la llevan a su clase y recitan orgullosos el significado de las luces.
Los semáforos fueron creados para organizar el tráfico en las ciudades, especialmente ante la presencia de muchos vehículos a motor que se desplazan en un mismo lapso de tiempo por diferentes flujos y sentidos por las intersecciones viales. Desde tiempos más cercanos sincronizan también el cruce de peatones y de bicicletas.
Los semáforos cumplen ciclos y fases entre los cambios de sus luces y buscan sincronizar los pasos haciendo que mientras unos cruzan los otros esperen. Por sencillas propiedades de física, dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo y un vehículo o peatón debe esperar a que otros pasen para luego hacerlo él.
Pero muchos de nuestros conductores en ciudades de Colombia y de otros países insisten en pasar por analfabetas. Y también en pasar la luz amarilla y la luz roja del semáforo cuando no les corresponde.
Y a conciencia de que no se debe hacer, lo hacen.
Ello crea riesgos innecesarios en la vía, los cuales muchas veces se pagan con la vida o con la salud del propio conductor, del peatón o de otras personas que cumplen a cabalidad con las indicaciones del semáforo. Si a esto se suma el aumento de las velocidades en las ciudades y en los pasos semaforizados para cruzar rápidamente, tenemos un doble riesgo.
¿Qué hace que un conductor se vuelva un infractor de la ley de tránsito habiendo aprendido muy bien sus lecciones desde la primaria? ¿Fallan la escuela y la familia en la educación y la formación de los ciudadanos?
Pareciera que sí. El semáforo definitivamente emite una señal lumínica que pone límites a los conductores, los ciclistas y los peatones en la vía al regular su paso por las intersecciones. Equivale a poner una barrera en un paso ferroviario. O a cerrar una puerta para no pasar mientras se espera.
La principal característica de los conductores y peatones que cruzan los semáforos cuando la luz está en amarillo o en rojo es que no respetan los límites. Y son personas de cuidado. Transgredir los límites sociales en la vía equivale a hacerlo en la cotidianidad con los límites corporales, laborales, familiares, escolares o en una relación de amistad.
Creo que quienes cruzan un semáforo en amarillo o en rojo son personas desbordadas y con poco autocontrol.
En el caso de los peatones, operan las mismas variables sumadas al descuido. La poca atención del peatón a las señales de la vía les pone en mayor riesgo.
El exceso de confianza es el último factor de riesgo que mencionaré. Creer que nunca sucederá nada si se cruza un semáforo en amarillo o en rojo es como cerrar los ojos ante un precipicio mientras se camina por su orilla.
Así, mientras las ciudades organizan su tráfico con convenciones universales como las luces del semáforo, muchos conductores y peatones hacen totalmente lo contrario a las indicaciones de estas. Son las incoherencias que se presentan en la movilidad con las cuales no deberíamos coexistir.
Probando los textos de una cartilla de seguridad vial para niños y niñas con ceguera, le pregunté a una niña de 11 años qué fue lo que más le llamó la atención de lo que acababa de escuchar. Sorprendentemente me dijo que lo que más le llamó la atención fue la existencia de los semáforos, los cuales no conocía hasta el momento. Estaba gratamente sorprendida de que hubiera elementos en la vía que regularan su paso y el de otros por calles y avenidas.
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