Pero digamos que, hace algunos minutos o siglos, vino alguien a enseñarme un dispositivo electrónico en el que se reproducía un rostro robótico, digamos, mientras se oía una voz, también artificial, que leía uno de mis primeros poemas publicados, uno del libro «Imaginemos, si no es mucho pedir». Hasta ahí, nada me sorprendió, porque, en lo relacionado a la inteligencia artificial, he visto hasta hoy suficiente y eso es apenas natural, pero lo que sucedió después fue lo que me causó gran inquietud.
Tan pronto la máquina dejó de emitir sonido, y la persona con el dispositivo se despidió, casi desapareciendo de la faz de la tierra, porque no la volví a ver, algo adentro de mí continuó con esa misma voz, recitando los demás poemas del libro al que pertenecía aquel que leyó la inteligencia artificial.
Pestañeé dos veces pensando en que se trataba de algún tipo de reflejo, broma o alguna forma de inercia desconocida para mí, pero, en realidad, estaba sucediendo. Y como no le tengo miedo a lo que viene y a lo que se va, dejé que la voz continuara hasta donde yo sabía que terminaba el libro, y, de nuevo, la inteligencia artificial me sorprendió, porque continuó con mi siguiente libro publicado. Y así, libro tras libro, llegué aquí a decirles lo que vine a decirles, incluso mientras la oigo, porque todavía no termina de leerlos todos, que creo que el mundo, y, sobre todo, el mundo alrededor de la tecnología, en este caso las inteligencias artificiales, está cambiando tan rápido, que nosotros quienes estamos aquí presentes y quienes vienen detrás de nosotros seremos testigos de la verdadera Revolución de los bits.
Algo que me causa sorpresa, en este caso hablando de los humanos, por supuesto, es que mientras una inteligencia artificial se desarrolla a velocidades alarmantes, mientras desayunamos o saludamos a alguien, o mientras damos un paseo con nuestra mascota en el parque, hay personas que llevan horas, o días quizá, hablando y recriminando que una institución que no sirve para mucho, liderada por personas que creen que sirven para todo, decidió que una palabra ahora, según el criterio del escribiente, podría o no llevar una tilde. Y, volviendo a la tecnología, mientras escribimos o no esa tilde, para no ir tan lejos, una inteligencia artificial ya ha creado cosas que nos hubiera costado una vida entera a todos los que estamos aquí presentes, mientras alguien maldice a la RAE, otra inteligencia artificial nace, mejorando una versión anterior suya y mandando al olvido una que se lanzó, recién, la semana pasada.
Así de rápido, señoras y señores, que en este momento están intentando calcular la velocidad de las inteligencias artificiales y su desarrollo, nosotros morimos y, a la vez, nacemos, pero no fue de biología que vine a hablar, por eso me detengo aquí.
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