A propósito de la construcción del Estado en América Latina, Elizabeth Dore y Maxine Molyneux llaman la atención sobre una de sus características fundamentales: la omnipresencia. En virtud de este atributo, el Estado determina relaciones de desigualdad atravesadas por la raza, la etnicidad, la clase, el género, la orientación sexual, la confesión religiosa y las condiciones especiales de salud. Al mismo tiempo, estructura, preserva y reproduce violencias y despojos funcionales al capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. En esto son claves la administración, las instituciones y las políticas públicas.
Por lo general, las políticas públicas suelen construirse sobre la base de discursos estereotipados de la diferencia. Cuando se trata de iniciativas, programas y proyectos de asistencia social, las mujeres son concebidas únicamente en función de su rol como madres, esposas, cuidadoras y gestoras de los asuntos del hogar. Mujeres concebidas de otro modo son excluidas por completo del funcionamiento del Estado. En otras palabras, el Estado es una construcción social de carácter patriarcal y colonial. La política también lo es. De esta manera opera el Ministerio de la Familia recientemente propuesto en Colombia.
El Estado, las denominaciones religiosas, las escuelas, las empresas y los medios moldean las creencias sobre la política. Por la acción de estos, las mujeres son socializadas y también preparadas para ser excluidas de la toma de decisiones. De hecho, son educadas para creer que no tienen habilidades para la vida pública, para defender el patriarcado, pelear por sus migajas y sí, llevar apuestas anti-derechos.
Lo anterior contrasta fuertemente con una gran diversidad de movimientos que han surgido en las Américas, y que buscan luchar contra los feminicidios, la violencia sexual y el acoso. Estos batallan con el propósito de restituir a las mujeres de su situación de injusticia histórica y devolverles su papel como sujetos políticos. Así, encontramos el movimiento #MeToo que fue ideado por la activista afroestadounidense Tarana Burke, y que fue retomado después por varias actrices de Hollywood en el 2017. Hallamos también el movimiento #NiUnaMás - #NiUnaMenos. Este demostró que el sufrimiento que vivimos –como mujeres– está siendo ocasionado por el Estado, en complicidad con el crimen organizado y las empresas que depredan los territorios indígenas, afrodescendientes, campesinos y populares. Los movimientos mencionados surgen de geografías, historias, políticas y cuerpos que merecen ser tenidos en cuenta.
El 29 de octubre fui invitada a un conversatorio sobre el movimiento #MeToo y el rol de las mujeres en la política. Este evento fue organizado por el colectivo Somos Ciudadanos de Colombia, y tuve la oportunidad de compartir ideas con la profesora Alejandra Olarte y la comunicadora Alejandra Correa. En este espacio surgieron preguntas importantes para la coyuntura latinoamericana actual, y principalmente, para la reflexión sobre el rol público de las mujeres. ¿Por qué las mujeres deciden apoyar masivamente movimientos y políticos con agendas anti-derechos que, incluso, buscan negarles su estatus como ciudadanas y sujetos políticos?, ¿qué papel cumplen las creencias sobre la política en esto?, ¿cómo las denominaciones religiosas moldean las preferencias de las mujeres por este tipo de movimientos y líderes? Estas preguntas se situaron en el contexto de Brasil y Colombia, donde el argumento de la “ideología de género” sirvió para catapultar fundamentalismos de derecha. Esto se expresó en tres hechos: la victoria electoral de Jair Bolsonaro, el plebiscito por la paz de 2016 en Colombia, y la presidencia de Iván Duque.
Las tres panelistas estuvimos de acuerdo en la necesidad de entender por qué las mujeres apoyan estos fundamentalismos de derecha y las agendas anti-derechos promovidas por ciertos políticos. Para esto, es importante escudriñar las creencias, los valores y las ideas de las mujeres sobre la política. Sabemos que estos son inculcados desde siempre al interior de las familias, las iglesias y las escuelas. Esto nos obliga a tomar en serio la reproducción de la ideología a través de dichas instituciones. En segundo lugar, en medio de nuestro diálogo colectivo, comprendimos que era trascendental producir más alianzas entre mujeres distintas políticamente, y menos antagonismos. Las alianzas deben sustentarse en el respeto mutuo por las creencias religiosas, la identidad política y la cultura; también debemos trabajar en la solidaridad y la empatía. Finalmente, concluimos que más que alinearnos a facciones y partidos de izquierda y derecha, lo que requerimos verdaderamente es despatriarcalizar y descolonizar la política y los Estados. También consideramos importante generar alternativas al capitalismo e inventar nuevas formas de organización colectiva centradas en las mujeres. Esta es una apuesta radical. Y como lo dice Angela Davis, “radical” implica “agarrar las cosas por la raíz”.
Vivian Martínez Díaz
@VivianMartDiaz
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