La propuesta de peatonalizar los andenes parece una verdad de Perogrullo y realmente lo es. Porque los andenes en la teoría, y la mayor parte de las veces en la práctica, son para los peatones. Son el espacio vial que se destina para caminar, andar, transitar a pie a lo largo de las calles en las ciudades y cabeceras municipales o en los centros provinciales.
Son los sitios seguros y privilegiados por donde niños, niñas, ancianos y personas de todas las edades y condiciones se mueven desde un punto a otro sin preocuparse por el tráfico vehicular que transita por las calzadas.
En algunas zonas estos espacios son generosos con los peatones, verdaderos bulevares con árboles y zonas verdes que invitan a la recreación, a satisfacer las necesidades de viaje y a respirar un aire diferente al de la polución y el humo de los vehículos.
En otras áreas, los andenes son tacaños con el espacio para quienes quieren o deben caminar. Sucede mucho en los centros históricos conservados (excepto que se declaren totalmente peatonales) o en sitios que han tenido desarrollos irregulares con poca planeación. El lugar que ocupan los carros en el imaginario social y de los planificadores e ingenieros de vías también incide en que haya andenes delgados y famélicos para los peatones.
Contar con andenes libres de obstáculos, bien iluminados, lo más planos posibles en su conformación y morfología, con continuidades entre unos y otros a través de pasos seguros, cebras peatonales, semáforos o señales de PARE para los vehículos, zonas de circulación de 30 kilómetros por hora o con tránsito pacificado, adecúan para los peatones una movilidad segura y tranquila. Sin sobresaltos ni estrés. Como debe ser.
Los vehículos, por su parte, y en especial los vehículos a motor, tienen su propio espacio vial por el que pueden y deben transitar (las calzadas) y unos lugares especiales para cuando deben quedarse detenidos por cortos o largos periodos de tiempo. Son los parqueaderos. Estos les facilitan la vida a los conductores y ayudan a organizar la ciudad en cuanto a oferta de espacio para carros y motos.
Sin embargo, son miles de personas conductoras y conductores de automóviles particulares, motocicletas, camionetas, camperos y camiones quienes trasgreden el espacio público al tiempo que lo hacen con las convenciones sociales, las normas de tránsito y el espacio para los peatones. Ocupan indebidamente lugares que no han sido diseñados para ellos tales como los andenes. También ocupan o invaden espacios que se construyen o se crean para el tránsito de los ciclistas.
Quienes así hacen, estoy seguro, atienden sus propias necesidades de parqueo, estacionan sobre aceras, ciclorrutas, en sitios expresamente prohibidos con señales de tránsito, en avenidas principales o donde quieran.
La masa que conforma un vehículo puede ser cien veces o más pesada que el peso promedio de un peatón, es gigante para un andén e inamovible de ahí. Es como encontrar una gran roca en la vía. Una que no puede ser superada y que atraganta el paso sin compasión ni piedad. Inerte. Sin sentimientos. Si la roca fuera humana, uno diría que tiene una actitud que raya en la psicopatía.
Quien parquea sobre un andén o en sitio prohibido ve su propio beneficio pero no el bien común. Afecta la movilidad del más vulnerable, también la seguridad vial e impone la ley de la selva (o del más fuerte) en ciudades que son de todos los ciudadanos.
Dario Hidalgo, experto en temas de transporte y movilidad y promotor de la iniciativa, hoy nada traída de los cabellos de peatonalizar los andenes, la explica:
Desde hace 25 años Bogotá ha ido generando procesos para recuperar y construir espacio público peatonal. Pero parece que algunos de esos esfuerzos necesitan trabajo adicional: infraestructura como bordillos y bolardos; mecanismos de divulgación y cultura ciudadana, y control policial. Vemos demasiadas invasiones, de motos y carros que obligan a peatones a circular en la calzada, poniendo en riesgo su vida, por cuenta de conductores que han olvidado que ese espacio no es estacionamiento.
Junto con estas valiosas propuestas, considero que hace mucha falta construir una ética de la movilidad que lleve a la protección de la vida en las vías y también al respeto entre las personas y sus espacios.
En Bogotá y donde quiera que exista la pésima práctica de estacionar en sitios prohibidos.
¡Peatonalicemos los andenes!
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