Además, debo reconocer que mientras Twitter tenía un límite de 140k para mí fue imposible plantear una idea al menos interesante porque este espacio no me hacía sentir más que estreñimiento intelectual. Esa era una de las cosas que detestaba de Twitter, entre muchas otras que hoy no me parecen tan fastidiosas, porque en 280k he podido desplegar un poco más de ingenio, lo que ha sido apreciado por algunas personas en ese pequeño mundillo de las letras frenéticas.
Twitter es un espacio de discusiones punzantes, porque las palabras se deben optimizar de tal manera que se diga mucho con muy poco. Algunas discusiones son muy enriquecedoras, otras reveladoras, algunas más insulsas y la mayoría intrascendentes. Pero hay unas discusiones en especial que no generan más que desasosiego, frustración, risa y algunas veces hasta rabia. Son las discusiones con los uribistas. Siempre me han aconsejado que no generalice, que no etiquete, que evite insultar o ridiculizar con mis argumentos o respuestas porque pierden fuerza y credibilidad y además cortan el diálogo y la comunicación. Pero, a través de los años que llevo en esta red social, que no son muchos, he descubierto que con los uribistas se pierde la vergüenza y el pudor, y que el acto más sabio y prudente para evitar caer en espirales discursivas agresivas y sin sentido, lo mejor, más sano y conveniente para el espíritu, es bloquearlos.
Dirán, con razón, que soy intolerante y que ello va en detrimento de la reconciliación, la paz y las buenas maneras. Diré, por experiencia, que de todas las discusiones que he tenido con uribistas ninguna, sin excepción, me ha aportado algo interesante, útil, válido o sensato. Con ellos se me ha ido la noción que tenía de que “siempre hay algo que aprender de alguien”. No, con ellos no. Al menos en Twitter no.
Con mayor o menor grado de agresividad, sus argumentos siempre son los mismos y a grandes rasgos he podido identificar tres grupos de interlocutores:
Estas categorías no son monolíticas, son más bien porosas y sin linderos bien definidos y muchos de los tuiteros uribistas mutan y se escurren por las tres dependiendo del tono y complejidad con el que se les plantee el debate. Pero sin duda, la mejor herramienta que se puede usar ante sus embates, improperios e insultos es el bloqueo. La verdad no quiero que me convenzan de que de verdad Uribe es el gran colombiano. Yo estoy convencido de eso partiendo de la base de la escala de valores que hay en Colombia en donde la guerra le gana a la paz, el siglo XII al siglo XXI, y la corrupción a la anticorrupción. Esa siempre se las concedo, sobre esta base no cabe duda de que Uribe condensa toda la colombianidad habida y por haber.
Tampoco quiero que me catequicen en el cristianismo y que me quieran exorcizar. Mi alma religiosa la cambié por unos Doritos con Coca Cola y me la devolvieron por inservible. Porque no puedo servir de manera alguna a las nociones trogloditas que parten de la base de que solo es familia aquella que es conformada por “papá, mamá e hijos” cuando yo voy por mi segundo matrimonio, por mi segundo hijo (uno de cada matrimonio) y apoyo los derechos de la comunidad LGBTI como si yo fuera uno más porque creo en un mundo plural, diverso y en donde se reconozca al otro como igual en derechos, oportunidades e identidad sin discriminación alguna. Además, me siento orgulloso de ello y me considero normal mientras que a ellos los veo como unos fanáticos descerebrados que botaron todas las enciclopedias científicas para creerle a un texto metafórico e incomprensible como es la Biblia, interpretada además como se les ha dado la gana. El único libro que me guía porque parte del supuesto de un Contrato Social se llama “Constitución Nacional de la República de Colombia”. No hay más. Duélale a quién le duela.
Tampoco comparto esa visión de la justicia y la impunidad que solo se ve con el ojo derecho. No comprendo por qué los uribistas se rasgan las vestiduras por la impunidad y privilegios políticos inmerecidos que se les dio a las FARC (lo que comparto plenamente y los desconcierto cuando coincidimos) pero toda acción judicial en contra de Uribe y los uribistas la perciben como injusticia, persecución, ataque y arbitrariedad, sin importar la contundencia de las evidencias y que existan además sentencias condenatorias. Para ellos solo es impunidad si favorece a la izquierda. Para ellos solo es justicia cuando la izquierda es encarcelada o, de acuerdo con los más extremistas, exterminada.
En fin, no encuentro ni encontraré puntos rescatables o interesantes de las posturas uribistas. Cuando me enfrasco en discusiones con ellos saco lo peor de mí y creo que tampoco es necesario rebajarse a su nivel para imponer mis ideas. Prefiero bloquearlos en Twitter y buscarlos en la vida real. Aunque suene ilógico y contradictorio, muchos de mis compañeros de vida son uribistas y coincidimos en muchos espacios por voluntad o por obligación. Allí, en esos espacios reales, el diálogo es mucho más fraterno, abierto y comprensivo. Ya perdí la cuenta de los abrazos que le doy a mis amigos uribistas cada semana en el futbolito, en las fiestas o en los paseos. Ellos saben que soy “El Antituiter” y les molesta mi discurso agresivo, incendiario e intolerante con su forma de pensar que consideran tan válida y respetable como la mía, así algunas veces crean que no soy respetable.
Twitter es un mundo falso e impostado de personajes que viven vidas distintas a las que proyectan en 280k. Twitter es un campo de guerra de palabras en donde todos vamos armados para aniquilar los pensamientos de los demás. Yo entendí el juego y lo juego. Pero hay muchos que se toman eso tan en serio que extienden su odio a la realidad y le hacen daño a las personas de verdad, que no son estos personajes de cruzada cibernética. Aunque parezca increíble, en la vida real seguiré siendo amigo de mis amigos uribistas. Aunque los decepcione y me dejen de seguir, los de aquí y los de allá, seguiré siendo “El Antituiter”.
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Qué buena columna esta de
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