Sáb, 02/18/2017 - 16:32

Salir a caminar en domingo

Fotografía: ciclorruta segregada en la localidad de Kennedy, al sur de Bogotá.

Huele a flores. Es domingo, el sol cae suave y huele a flores vivas. ¿Serán rosas o camelias? ¿Alelíes, primaveras o pensamientos? ¿Azahares, azucenas o jazmines? ¿Violetas tal vez?

El cielo es azul, impecablemente azul. Tanto que la mirada se pierde en el infinito. Dan ganas de salir a caminar o a correr. O también de montar en bicicleta. El aire es fresco.

Un pantalón cómodo y unos tenis son suficientes. La camiseta con bolsillo permite llevar el celular, que es más pequeño que la palma de la mano. Y los documentos de identificación, que no pueden faltar cuando se sale a la calle. Estos van en el bolsillo trasero del pantalón, asegurados con un botón.

Invito a mi perro, pero muy perezoso se queda. Está un poco obeso y quiere seguir durmiendo. Lo primero que noto cuando salgo a la puerta es un horrible bus urbano echando humo por todas partes. Parece una nube negra y ambulante en la calle. Como está acelerando, el conductor también pita con una sonora corneta de aire comprimido que despierta a todos los vecinos. Un pequeño automóvil estacionado en el paradero frente a mi casa impide el paso del bus.

Un ciclista que iba por el andén a gran velocidad choca con un peatón. El anciano cae lejos mientras su bastón vuela por los aires. El ciclista también toca el pavimento. Sin casco, su cabeza sangra.

Intento ayudar. Primero al anciano que queda en el piso desorientado. Sentado en el suelo no se puede levantar aún. Me preocupo mucho por él y le pregunto si está bien. No tiene laceraciones ni heridas y parece que ningún hueso está fracturado o de lo contrario le dolería y se quejaría mucho.

Viene una señora con un vaso de agua en la mano y se lo da al hombre viejo, quien lo bebe despacio. Yo, por mi parte, le acerco el bastón. Luego, voy donde el ciclista quien quedó acostado. Lo primero que hace es llevarse la mano a la herida en la cabeza. Le digo que se quede quieto y llamo a una ambulancia. El hombre viejo intenta levantarse mientras el bus, desesperado, vuelve a pitar. El conductor del bus acelera en neutro y nuevamente sale una espesa nube de humo del vehículo.

Con las llaves en la mano, el conductor del carro pequeño y mal estacionado en el paradero frente a mi casa sonríe tranquilamente mientras camina hacia el auto. No le importa el anciano en el suelo ni el ciclista acostado. El bus le importuna con el pito, pero no es urgente para él atenderlo. Más bien muerde por segunda vez la empanada recién comprada en el puesto callejero y camina tranquilo.

Preocupado, cuelgo el teléfono luego de que me dicen que la ambulancia viene en camino. Los vecinos en pijama se aglomeran alrededor del ciclista y del anciano. El bus pita por tercera vez y no nos deja escuchar lo que estamos hablando. El del carro sube, lo prende y se va. El bus también.

Luego de 20 minutos hay un intenso olor a flores vivas en mi vecindario. El jardín de Doña Lola, recién regado, ofrece su esplendor olfativo a todos los que comentamos. Las dos ambulancias ya se llevaron a los lesionados y solo nos quedan el susto y los nervios de punta.

Ya no quiero caminar. Regreso a la casa donde mi perro me espera perezoso. Apenas entro, entreabre los ojos y continúa durmiendo. Yo solo reflexiono: un bus contaminante, un carro mal parqueado en la vía pública, un ciclista con exceso de velocidad que conduce por el andén sin casco y un anciano en el momento equivocado. El choque fuerte que sumó dos lesionados. Tal vez lo único que funcionó bien fue la vecina con el agua, mi teléfono y las ambulancias que llegaron rápido.  

Suspiro y pienso que llegará el día en que los ciclistas vayan despacio, en que haya una ciclorruta exclusiva sobre la calzada, en que los buses no contaminen con humo y con ruido y en que los carros no usen el espacio público para parquear. En que algunos automovilistas no sean indiferentes. Ese día volveré a disfrutar del olor de las flores vivas y, tal vez, ante el desafío de un cielo azul salga a caminar por el vecindario.  Con mi perro, que debe hacer ejercicio.

En Colombia en 2015 fallecieron en siniestros viales 1.046 personas mayores de 60 años en tanto que los ciclistas muertos por siniestralidad vial fueron 376. El total de peatones que murió es de 1.829 personas (27% de las víctimas fatales) y los motociclistas fallecidos sumaron 3.260 (47% del total). Cada fallecido tenía un nombre, una familia, una historia, un proyecto.

Proteger la vida es una tarea de todos. Respetar las señales de tránsito y a todos en la vía, especialmente a los más vulnerables, también.  La construcción de infraestructuras seguras para las personas de todas las edades y condiciones es una obligación de las ciudades que son sostenibles. La movilidad que cuida la vida es aquella que invita a caminar, a montar en bicicleta, a salir en bus o en moto de forma segura por calles, andenes y avenidas. Sin miedo, sin temor, con pasión y con un profundo respeto por uno mismo y por el otro.

There are 2 Comments

Un automovilista indolente, un busero estresado, un ciclista imprudente, un anciano descuidado, se juntaron en tu ruta y la marcha te han dañado. No importa cuánto se esfuerce el cielo para ofrecer lindos días, somos eficaces para desaprovecharlos.

No es solo mi marcha. Son más de 6.000 vidas que se pierden día a día en siniestros viales en Colombia http://bit.ly/Fallecimientos2015 y 1,2 millones de personas que mueren en el mundo cada año por esta causa. Más que dañar el día es que gobernantes y ciudadanos nos preocupemos por cambiar tanto el comportamiento como el entorno para que este sea seguro. No vi al anciano descuidado. Es una lamentable víctima del comportamiento humano, de la velocidad y del diseño de la vía. Como él, 1.046 ancianos murieron en 2015 por diferentes causas asociadas al tránsito y a la movilidad.

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