Dom, 11/03/2019 - 05:20
Fotografía tomada del portal de RCN radio. Árbol en la cancha sintética del parque Japón de Bogotá. La chambonada gobernando.

“Si al que gobierna le va bien, a la ciudad le va bien”

El tibio mito de la gobernabilidad.

Eso de que si al que gobierna le va bien, a sus gobernados le va bien, no es más que un tibio mito de los que se conforman con cualquier resultado en las urnas. De hecho, es un mito sin fundamento y contraevidente, porque quien gobierna, cuando hay elecciones, ha derrotado las visiones y planes de gobierno de personas y grupos políticos que hubieran gobernado con un plan distinto y hasta contrario del que ganó. Por ejemplo, a los electores de Morris no les podría ir bien si Claudia López logra el cometido de empezar la construcción del Metro elevado que le dejó adjudicado Peñalosa. Y le iría mal a toda la ciudad, en mi opinión, porque si una lucha ha encontrado un soporte serio, documentado y con demandas sólidas, y muy pocos argumentos de defensa, es el Metro elevado.

Entonces, una buena gestión del gobernante por un lado y los artificios que usa para mantenerse en el cargo por el otro, no son necesariamente coincidentes. Por ejemplo, a Peñalosa le habrá ido bien al haber burlado el proceso revocatorio que convocó un grupo de ciudadanos que cumplió con todos los requisitos para que la Registraduría hubiese llamado a elecciones con este propósito. Pero ese proceso naufragó por una decisión amañada del Consejo Nacional Electoral que se pegó de la letra menuda para cuestionar algunos de los montos y de las fuentes de financiación, frustrando una vez más la acción real de un mecanismo de participación ciudadana. Lo que quedó demostrado en ese episodio es que en la práctica estos mecanismos son más letra muerta que verdaderos medios de acción política de una ciudadanía cautiva por los apetitos burocráticos y politiqueros de organismos inútiles y funcionales a la corrupción estructural del Estado como el CNE. A Peñalosa le fue bien porque no fue revocado, pero a la ciudad le fue mal.

No me voy a detener a hacer un análisis para calificar la gestión de Peñalosa porque aún le quedan dos meses de mandato en los que podrá seguir haciendo desastres. Prefiero esperar a enero de 2020 con el fin de profundizar en este punto. Lo que quiero enfatizar es que incluso algunas veces cuando al gobernante le va bien, a toda la ciudad le va mal, hasta a sus electores, aunque algún pequeño porcentaje lo siga defendiendo más por terquedad y conveniencia que con base en verdaderos argumentos.

En fin, el propósito de esta introducción es decir que una de las labores de una ciudadanía vigilante, activa, plural y democrática no es la de conformarse con ese cliché barato y mítico de que “si al que gobierna le va bien, a la ciudad le va bien” como en el caso de la Capital, sino velar y presionar para que al gobernante le vaya mal en lo que quiere hacer que perjudique a la ciudad. Entre otras cosas, a nivel local existen con ese objetivo los concejos municipales y distritales, también elegidos por voto popular, que hacen el control político y aprueban las iniciativas de los alcaldes para que no puedan hacer literalmente lo que se les dé la gana. Así están concebidos los pesos y contrapesos en una sociedad que se hace llamar democrática, para que no existan instancias únicas de decisión sobre asuntos estructurales de una ciudad. En este sentido, Claudia López no tendrá mayorías arrolladoras, pero tampoco tendrá un Concejo que le bloquee todas las iniciativas con criterios meramente políticos como le pasó a Petro. Cuenta con un respaldo aceptable, con una oposición no tan robusta y con bancadas que en algunos momentos estarán a favor y otras en contra, dependiendo de los temas y los intereses sectoriales. Mi predicción es que podrá gobernar sin mayores tropiezos con el Concejo Distrital que le tocó.

En contraste, creo que la nueva alcaldesa va a tener seria resistencia desde la ciudadanía misma y desde los movimientos ciudadanos de todas las tendencias y corrientes políticas. Claudia López se ha ubicado a sí misma en el “centro” del espectro político, un sofisma teórico-político que ha hecho carrera para diferenciar a los políticos que no se declaran abiertamente de derecha o de izquierda. Tan sofista es la expresión “centro” en la política colombiana, que el partido que se ubica más hacia la derecha se ha nombrado como “Centro” y para rematar el apellido es “Democrático”. En otras palabras, “centro” en política es cualquier cosa, pero dentro de un ambiente polarizado y dividido resulta funcional definirse así para captar el voto de ciudadanos indecisos que, al menos en Bogotá, casi siempre son la mayoría.

Esa resistencia a López es sana para la democracia siempre y cuando encuentre los cauces adecuados de expresión, manifestación y acción que no perjudiquen a la ciudad y a sus ciudadanos. Entre otras cosas, porque estoy convencido de que en las pasadas elecciones locales, al menos en Bogotá, no existió ninguna fuerza oscura manipulando los resultados para burlarse de la voluntad popular con el fin de imponer el candidato del establecimiento. Fueron unas elecciones limpias y como tal el mandato de Claudia López ya viene investido de cierta legitimidad que no se puede soslayar desde el resabio de los malos perdedores. Porque así está concebida la democracia electoral, para bien o para mal: gana la voluntad de las mayorías, así esta sea contraria a nuestros deseos y convicciones.

Por eso, Claudia López tendrá que lidiar con debates sobre todos los temas y calibres, sufriendo la oposición de los sectores conservadores más recalcitrantes y de las fuerzas progresistas más agresivas, unos tachándola de atacar los valores y los principios de la familia “tradicional”, por ejemplo, y otros acusándola de ser parte del establecimiento, de las élites y servil a los intereses de los dueños del país. Lo más complicado de todo esto es que quizás van a tener razones lógicas tanto los unos como los otros de acuerdo con sus perspectivas e intereses. Sin embargo, esto no implica que se deba caer en un entorpecimiento permanente de la gestión, teniendo en cuenta que las tensiones ideológicas son propias de la democracia en donde, al menos en teoría, todos los sectores tienen derecho a la libertad de culto, pensamiento, expresión y opinión entre otras libertades que viven chocando entre sí porque los linderos en su ejercicio jamás estarán claros ni serán tajantes.

En este orden de ideas, a Claudia López se le debe permitir gobernar sin apasionamientos infundados, sin oposiciones viscerales, sin el deseo radical de que fracase solo para demostrar que se tenía la razón al no haberla elegido. Ese tipo de oposición emocional pero vacía de argumentos es la que está llevando a Bogotá por el camino del anquilosamiento y el atraso, porque ha hecho carrera desde hace varios períodos que el alcalde entrante debe arrasar con todo lo que dejó el alcalde anterior. Fue lo que hizo al pie de la letra Peñalosa en contra de Petro, con el paradójico resultado de que lo único trascendental que pudo mostrar Peñalosa en su gestión, fue lo que no pudo reversar de Petro. El Transmicable es solo un ejemplo.

Si bien es poco lo que se puede rescatar del gobierno de Peñalosa, Claudia López hace bien en no profundizar las diferencias y peleas para llamar ahora como alcaldesa electa a la reconciliación y la calma. Alguien tenía que hacerlo. Por eso aplaudo su actitud al convocar a todas las fuerzas que compitieron contra ella como un gesto de paz, al menos a nivel político, para dejar de lado esa radicalización emocional y empezar a construir, como debe ser, una oposición constructiva y sobre todo, propositiva.

Apoyé en un último momento la candidatura de Claudia López como lo expliqué en mi anterior columna no porque creyera que era la mejor opción. Al final consideré que era la única opción viable dentro de las opciones disponibles. Tengo muchas reservas personales sobre sus comportamientos políticos y su capacidad conveniente para adaptarse a los cambios y las contingencias sacrificando principios por estrategias. Sin embargo, por el bien de Bogotá, espero no que a ella le vaya bien gobernando a Bogotá sino que a Bogotá le vaya bien bajo su mandato. Esto cambiaría la ecuación mítica que se ha planteado desde muchos chirriados y tibios escritorios de la Capital para hablar del gobierno nacional, por ejemplo, cuando dicen que si a Duque le va bien, al país le irá bien. Falso. La ecuación real es que si a los gobernados les va bien durante el mandato de su gobernante, ese gobernante gobernó bien. Sé que parece un trabalenguas, pero se va a entender. Y Claudia López me va a ayudar a que se comprenda si gobierna bien, es decir, si bajo su mandato a Bogotá le va bien. Y como ya lo dije, esto incluye sus aciertos y sus fracasos.

Porque el buen gobernante no es el que hace todo lo que tiene en mente sino el que tiene la capacidad de transigir para reflexionar, ajustar y cambiar si es necesario, aquel que es capaz de comprender que no tiene la razón absoluta sobre todo lo que pretende sino que gobernar es un ejercicio de escucha permanente para que visualice las soluciones a partir de las carencias reales de las comunidades y no supuestas desde los cómodos escritorios de los despachos, el que es capaz de lograr consensos populares que parten de las necesidades más allá de los consensos políticos que parten de los intereses. Es resumen, un buen gobernante es todo lo contrario a Peñalosa y al menos eso Claudia López lo tiene claro. Ese fue el factor que finalmente me inclinó por ella.

Para terminar, reitero que mi apoyo a Claudia López se acerca más al escepticismo que a la simpatía. Sin embargo, le daré mi voto de confianza porque a estas alturas solo hay una realidad por venir: Ella será la nueva alcaldesa de Bogotá porque sacó la votación más alta. Espero que no sea inferior al reto y que bote el espejo retrovisor al botadero de doña Juana antes de que lo tenga que cerrar, algo que tampoco hizo su antecesor. Igual, en ese espejo retrovisor no hay mucho que ver. Poco se hizo. Pero también espero que sepa escuchar a quienes le van a insistir con documentos, pruebas, informes y conceptos que continuar sin resistencia con el Metro elevado va a condenar a Bogotá a más décadas de pésima movilidad. Ojalá escuché. Bogotá necesita que escuche. Buena gestión alcaldesa, con los aciertos y fracasos suyos que convengan a Bogotá.

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