Pero, a la larga, quién es capaz, hoy por hoy, además de las personas especializadas en inteligencia artificial justamente, de diferenciar una imagen, una obra de arte, un texto cuando lo vemos, quién es capaz, así a primera vista, de decir: esto o aquello es producto de una inteligencia artificial o esto o aquello es producto del misterio que es el universo.
Sí, sabemos que, en realidad, muchos de nosotros podríamos diferenciarlo, pero no es de eso que estoy hablando, aunque lo parezca, y aunque debiera, porque me dedico a muchas cosas antes de poder dedicarme o saber dedicarme a la inteligencia artificial. Y es que, apenas hace unos días, alguien presentó ante mí un producto literario que aplaudí y celebré sin saber que se trataba del trabajo, si es que así se le puede decir, de una inteligencia artificial. Para hacer un paréntesis, los más entendidos en el tema dicen que las inteligencias artificiales todavía están muy lejos de imaginar, que, por ahora, lo único que hacen es reproducir, mezclar, combinar y dar como resultado un vómito electrónico de algo que se ha venido produciendo, modificando, creando, soñando e ideando por la humanidad durante milenios.
El caso es que dicho escrito hoy me hizo replantear, tras la confesión del hipotético autor, el hecho de dedicarme a la literatura como me dedico y de hacer lo que hago desde hace algunas décadas. Porque, si ya un computador puede hacer lo que harían decenas, centenares, miles o millones de personas, creo que hemos llegado a un punto en el que nosotros como especie tenemos que redescubrir qué somos, a partir de lo que nos digan estas inteligencias artificiales que, a su vez, están basadas en lo que creíamos que éramos. Y por eso es que, a partir de ese momento, a partir de ese entonces, en realidad, decidí dejar de lado mi carrera como editor y como escritor, o, al menos, digamos, dormida, porque quienes nos dedicamos a esto y no podemos ni queremos ni sabemos hacer otra cosa, en realidad no podemos parar ni de tener ese impulso, ese influjo que nos lleva a mantenernos vivos haciendo lo que hacemos. El caso es que, mientras encuentro una inteligencia artificial que defina lo que realmente somos como especie o que, al menos, lo haga para mí, me quedaré estático observando como lo hacen los árboles. Y, tarde me lo que me tarde, encontraré una respuesta, no sé si cierta, no sé si útil, no sé si real, pero encontraré una respuesta, como lo hacen los árboles siempre.
Para la pareja que se está hablando en secreto detrás del señor del pelo largo hasta la cintura, quiero decir que eso que ustedes están hablando en secreto, aunque nadie llegue a enterarse, también fue dicho por una inteligencia artificial y, más adelante, será imaginado por otra y así lo creeremos.
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