Una historia escrita en papelitos, a veces sin fechar porque casi nunca sé en qué día estamos, y todos sueltos, como si fueran parte de un mapa o de un rompecabezas, para que puedas reconocernos en esas letras, a menudo demasiado torpes y, si es posible, vayas armando una bitácora.
En cada papelito habrá un fragmento de lo que somos cuando estamos juntos y servirán, o espero que sirvan, para saber que tenemos un lugar al cual volver después de los deber ser y los deber hacer con los que el mundo nos atraganta a cada instante. Un refugio, si queremos, o más bien la promesa de ese lugar que nos mantiene a salvo, donde podemos ser nosotros más allá de lo que se espera que seamos, donde podemos hablar de lo testarudos, insensatos y conformes que parecen ser algunos, donde podemos volver a decir que un día vamos a irnos lejos, donde podemos cantar o bailar sin que nadie nos esté mirando, donde podemos reírnos o llorar o quedarnos en silencio, sabiendo que estar expuestos no nos hace vulnerables.
Que, en medio de todo, esos papelitos nos sirvan para saber que tenemos un hogar.
Te propongo una historia escrita en papelitos para que vayamos dejando registro de lo que nos decimos cuando no podemos hablarnos. Papelitos con pocas palabras que guarden nuestras voces. Papelitos que busquen nuevas formas de decir te amo, otras maneras de contarnos las mismas cosas sobre todo para que exista la voluntad de convertir lo cotidiano en extraordinario.
Te prometo guardar los papelitos entre las servilletas que vienen con el café para seguir jugando al descubrimiento, para seguirle apostando a sorprendernos y no perder la emoción de lo inesperado.
Pactemos guardar un trocito de nuestra historia en esos papelitos, de colores o sin ellos, y sigamos con esta conversación de años, que no termina porque nos seguimos encontrando en las palabras y en ellas hay nuevas formas de saber del otro.
Añadir nuevo comentario