Le expliqué que todas las charlas que había dado hasta entonces, o hasta hoy, incluida esta, iban a ser publicadas lo más pronto posible en el volumen número uno de un libro llamado La tercera dosis de la vida. Me preguntó si yo iba a seguir dando las charlas, conversando o visitándolos y le dije que sí, que no se preocupara, que todavía había espacio para un charlatán más. Nos reímos un poco y, luego de desistir de la identificación, ella se quedó ahí y cada cual continuó con su camino, ella con el cuerpo quieto y yo con el cuerpo en movimiento.
Y aquí estoy, otra vez, frente a ustedes, diciéndoles, o contándoles, mejor dicho, algo que me sucedió y algo, como en un principio les dije, la primera vez que nos vimos, que sucedió después de otro algo. Y sí, sé que muchos están pensando que todo sucede después de algo, así como todo sucede antes de algo, porque todo es algo, inclusive nosotros, porque ustedes sucederán después de mí y yo sucederé después de ustedes, así como suceden las cosas, como las palabras unas van atrás de otras, como las cosas, que unas les hacen sombra a las otras, y como los dioses, que unos matan a otros.
Pero esta vez les cuento más allá de lo que ya sucedió: todo este tiempo, este último año, ustedes han sido un experimento para mí, han sido ese reflejo y, a la vez, han sido eso que se ve a través del cristal y que mientras nos movemos es paisaje, o viceversa, mientras se mueven yo soy el paisaje de las cosas que pienso, que digo y que siento, y se llevan más allá de donde deben llevarse, es decir, va más allá de mi piel, y, con suerte, con muchísima suerte, con toda la suerte del mundo, más adentro de su piel. Entonces, esta conversación tiene sentido, o esto que les estoy diciendo tiene sentido, o llega a tenerlo cuando entendemos que la piel, como tantas cosas que creemos que no existen y no lo son, o esas que afirmamos que existen y, en realidad, son nada más que una línea imaginaria, esa frontera que a veces damos la vida por cruzar, o a veces dejamos la vida porque otro no la cruce.
Es cierto lo que piensan ahora todos y cada uno de los que están acá. El hecho de que mi piel sea una frontera abierta para casi todas las personas con las que me encuentro, digo casi porque hay algunas personas a las que no les interesa cruzar ninguna frontera, lo cual está apenas natural, pero sí soy esa especie de país, esa especie de nación que no le niega la entrada a nadie, porque todos los de afuera son lo que constituye ese adentro que nadie sabe qué es.
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