Dom, 11/25/2018 - 08:05
Ilustración: María, por Máximino Cerezo Barredo.

¿Y cuál es su acción para eliminar la violencia contra la mujer?

Hoy 25 de noviembre, el mundo conmemora el día internacional para la erradicación de la violencia contra la mujer. Ciudades, campos, hogares y transporte público seguros para ellas, y para todos, debe ser un propósito común. ¿Cómo contribuir a cambiar la realidad de violencia que viven las mujeres? ¿Es posible hacerlo desde lo cotidiano con la participación de cada persona?

Las ciudades se construyen con sus ciudadanos y los campos con sus campesinos. El papel de las mujeres en la construcción de ciudadanía y también de ruralidad es innegable. Son ellas las que con su visión del mundo van definiendo el actuar de las familias y de sus integrantes, inclusive en aquellas que son patriarcales.

Las ciudades son violentas con las mujeres. Hace poco me comentaba el economista Manuel Riaño que los resultados más recientes de la Encuesta Bogotá Cómo Vamos tenían latente el temor de las mujeres por la ciudad. Nuestras ciudades no son amables con las mujeres, ni seguras para ellas. Tanto en la calle como en el ámbito intrafamiliar el peligro de ser agredidas existe y es permanente.

Los campos son violentos con las mujeres. La ruralidad y lo patriarcal se confunden en un solo ámbito para caracterizar la relación entre hombres y mujeres en los sectores rurales. Si en las ciudades hay violencia, en la ruralidad esta se supone mayor y más escondida. Los más de 60 años de conflicto armado que vivió Colombia, aunados a los rezagos que se presentan aún en esta etapa de posconflicto le han dado una manera característica de comportarse a la sociedad rural con las mujeres. El conflicto armado no respeta nada. Ni a las mujeres ni a los niños ni a las niñas.

Los hogares son violentos con las mujeres. Donde más segura debería estar una mujer es en su hogar; sin embargo, este es el mayor foco de violencia, tanto física como psicológica, sexual, económica o múltiple. Basta consultar los resultados de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud o la estadística anual del Instituto Nacional de Medicina Legal para evidenciar que el hogar no es un sitio seguro contra las violencias para las mujeres. Aquí la violencia es crónica, reiterada, cotidiana y severa.

El transporte público es violento con las mujeres. El diseño de rutas, paraderos, horarios, vehículos y entornos del transporte público van, en general, contra de una relación bien tratante del transporte público con la mujer. ¿Conocen los sistemas de transporte público a sus usuarias, sus necesidades, sus aspiraciones, sus expectativas de movilidad? Esto, aunado a las violencias a las que se ven expuestas por parte de otros pasajeros y usuarios, que se expresa físicamente (golpes, empujones), psicológicamente (temores por su seguridad, amenazas de otros usuarios), sexualmente (tocamientos, abuso), o económicamente (robos, asaltos a la propiedad privada).

La ONU declaró el 25 de noviembre como el día internacional de eliminación de la violencia contra la mujer, en memoria del asesinato de las hermanas Mirabal, sucedido en la República Dominicana en 1960.  En este hecho, tres de cuatro hermanas murieron a manos de la dictadura del jefe militar Rafael Trujillo, de acuerdo con los registros históricos.

En Colombia, la Asociación Afecto contra el maltrato infantil propuso en 2008, y así se hace, la realización de la Semana del Buen Trato, que inicia el 19 de noviembre, día mundial para la prevención del abuso contra los niños y finaliza el 25 de noviembre, día internacional para la erradicación de la violencia contra la mujer. En Bogotá se institucionalizó gracias al Acuerdo 329 de 2008 del Concejo de Bogotá, promovido por la entonces concejal Martha Ordóñez. Medellín la celebra de la mano de su Arquidiócesis, y otros municipios y organizaciones la incluyen dentro de sus programaciones.

Hay muchas formas de cambiar la realidad de violencia contra las mujeres. Una es promoviendo espacios de buen trato y entrenamiento en resolución pacífica de conflictos. Otra, estableciendo relaciones igualitarias, equitativas y simétricas que permitan generar transformaciones en las maneras con las cuales nos relacionamos.

Escuchar las voces de las mujeres y las niñas y darles voz en las decisiones en las familias, las organizaciones y la sociedad es relevante. Respetar el cuerpo y el alma de las mujeres y las niñas. No agredir, no abusar, no obligar, no golpear, no gritar, no humillar, no descalificar. Promover el buen trato y practicarlo.

Uno quisiera que las ciudades y los campos fueran seguros para todos. Para las mujeres y las niñas, para los niños y los adolescentes, para los hombres y los ancianos. Que los sistemas de movilidad y de transporte fueran seguros, incluidas las calles y el transporte público.

Sin embargo, la sociedad que construimos día a día nos muestra una realidad diferente. Una que solo podemos cambiar desde lo cotidiano, con las mujeres a nuestro alrededor. Es con ellas como debemos comenzar, mano a mano, hombro a hombro. Y quienes tenemos la posibilidad de ampliar este mensaje debemos hacerlo a unas audiencias que pueden escuchar y también transformar.

Que la bala no sea de plomo, de descalificación o de ignorancia del rol de la mujer en la familia y en la sociedad. Que, en lugar de balas, de malas palabras o de golpes a las mujeres y las niñas, haya buen trato, generosidad y afecto. No es fácil, pero se puede lograr. Con las nuevas generaciones, con las actuales y con las próximas también.

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