He fracasado una y otra vez bajo los estándares de otros, los grandes estándares, los grandes moldes, los grandes y grandilocuentes números que usan para medirnos y controlarnos y encerrarnos. No he recibido premios ni reclamado millones y millones por escribir, que ha sido mi única causa. Tengo pocas páginas publicadas y en cambio muchas, aunque podrían ser más, de historias y personajes que nadie ha leído. Pretendo que mi obra sea lucha, una que me sirva al menos para no ser encasillado, metido dentro de un molde, evaluado y medido como cualquier mercancía. En últimas, pretendo que mi obra –o lo que espero que sea una obra, algún día- me sirva para ser humano, simplemente eso, con defectos y miedos y carencias y un largo etcétera.
He fracasado por no poseer: ni cuentas bancarias con ceros y ceros y ceros a la derecha, ni títulos inmobiliarios, ni lujos, ni botellas de licor costosas y exclusivas. Y podría seguir enumerando fracasos: con viajes, con libros, con títulos universitarios, con las etiquetas de escritor, cuentista, ensayista y poeta y otro largo etcétera. He fracasado bajo la mirada de lo impuesto. Y lo agradezco.
Fracasar me ha permitido seguir intentando, seguir luchando, seguir escribiendo. No haber escrito mi mejor historia me ha permitido seguir buscándola en cada página, porque qué voy a escribir después de escribir mi mejor historia. Desde allí, desde el fracaso y solo desde allí, pude entender que la derrota es seguir haciendo. La derrota es voluntad, si se quiere, o la obstinación de seguir, la necedad de la que hablaba Silvio Rodríguez: la necedad de lo que hoy resulta necio, la necedad de vivir sin tener precio. El hacer es la lucha y la lucha, camino, y el camino, vida. Ser un derrotado es seguir caminando, seguir abriéndose paso, seguir reclamando un lugar. Ser un derrotado es resistir y yo quiero ser la resistencia, estar tras las barricadas y lanzarle piedras a lo establecido, a la comodidad de lo impuesto, porque lo impuesto es la violencia del Poder institucionalizada: la patria y sus fronteras y sus balas, la propiedad privada y sus transacciones y su destierro, el amor y sus contratos y sus fórmulas.
Por la derrota, o gracias a ella, quizás, le he apostado a las palabras sin contratos ni mandatos, que vienen a ser lo mismo o eso suelo creer. Por la derrota, por estar al margen, fuera de alcance de los reflectores, sin poses ni fotos frente a estantes llenos de libros con una sonrisa ensayada, he podido escribir lo que he querido o más bien lo que he podido, parafraseando a Borges
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