Uno de los tantos colaboradores de un lugar donde trabajé, ya a estas alturas un amigo más, y que se encarga especialmente de la recopilación de todo cuanto tengo escrito en cuadernos, hojas, paredes, notas digitales, correos electrónicos, chats, pieles y cielos, me llamó a mitad de su noche para revelarme, con la voz agitada de la emoción, que había encontrado unos papeles con cien ideas que, según él, debían publicarse antes de que un nuevo virus quisiera matar a toda la especie humana.
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