Dom, 09/15/2019 - 10:42

Feminismos en la disputa por la Alcaldía de Bogotá

Nociones sobre las mujeres y la igualdad de género en las redes sociales.

Algunos políticos, funcionarios, activistas y organizaciones sociales se han interesado en el género y el rol de las mujeres en la política. Esto se ha reflejado en debates suscitados entre sectores de izquierda y centro que hoy compiten por la Alcaldía de Bogotá. Las discusiones entre sus seguidores en redes sociales remiten —erróneamente, en la mayoría de los casos— a los términos «neofeminismo» y «feminismo radical». Conviene iluminar algunos de los elementos que los definen para refutar los estereotipos e ideas problemáticas sobre las mujeres y la igualdad de género que se promueven en tiempos de campaña electoral.

Las razones de lo anterior son varias. En primer lugar, es públicamente conocido que el candidato por la alianza Colombia Humana, Unión Patriótica (UP) y Movimiento Alternativo Indígena y Social (MAIS), Hollman Morris, se encuentra involucrado en demandas por violencia económica y actos sexuales abusivos. La consecuencia de esto ha sido una avalancha de críticas y discusiones sobre la probidad y ética de este periodista y político. En segundo lugar, está la candidata Claudia López del partido Alianza Verde, quien ha aprovechado coyunturas ligadas a la violencia de género para mostrarse como una alcaldesa competente para la capital de Colombia por su identidad de género. Recientemente, su equipo de campaña promovió el uso del hashtag (HT) #SiUnaMujerGobernara para convencer a la población de que su idoneidad como gobernante se basa en su identidad de género y su autenticidad. Así pues, López toma en cuenta los reclamos de los movimientos LGBTI por inclusión en cargos públicos únicamente para obtener votos. Por otra parte, los pronunciamientos y las propuestas de los candidatos Miguel Uribe y Carlos Fernando Galán son débiles, y en la mayoría de los casos, ausentes. Uribe solo dedica algunas líneas de su plan de gobierno a la seguridad que deben tener las mujeres a la hora de denunciar —a pesar de que la oficina jurídica de la Secretaria de Gobierno que él dirigió culpó a Rosa Elvira Cely de su propio feminicidio—, mientras que Galán no ha logrado esbozar ninguna iniciativa que atienda a sus necesidades.

Las redes sociales se han vuelto vitales en el debate político y la creación de opinión pública. En época de campañas electorales, los políticos y candidatos han acudido a estas para dar eco a sus demandas, posicionamientos y propuestas. Con esto han llegado innumerables formas de violencia, como los insultos, la censura de voces críticas y el acoso en línea. Esto último se ha manifestado en Colombia con mucha crueldad. Vale la pena sostener que hay políticos que se han escudado en expresiones de violencia en las redes sociales para posicionar mejor su voz en la escena pública. Un ejemplo de esto ha sido Álvaro Uribe, que ha usado Twitter para proferir todo tipo de agresiones y calumnias contra periodistas, académicos y líderes de opinión.

Otro ejemplo lo encontramos en Gustavo Petro. El líder de la oposición en Colombia dedica largas horas a replicar críticas en esa red social, y por omisión o elección propia, ha validado ataques de sus seguidores hacia mujeres que expresan cuestionamientos a su proyecto político, a sus visiones problemáticas sobre el feminismo y la política ejercida por cierto tipo de mujeres y a su respaldo a la candidatura de Hollman Morris. Algunas de ellas son demeritadas por sus seguidores en Twitter a través de etiquetas como «feminista radical» y «neofeminista». Y del mismo modo que los sectores de ultraderecha de Colombia y América Latina, ellos exhiben una añoranza por «el feminismo de antes»; es decir, el de las mujeres que lucharon por el voto femenino entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Cuando no están diciendo que esta expresión de feminismo burgués y liberal es el «feminismo verdadero», algunos seguidores de la Colombia Humana, y de Morris en particular, refuerzan la necesidad de un «feminismo de clase» o de «lucha de clases» sin hacer explícitas las contradicciones históricas entre feminismo y marxismo, las interrelaciones entre género y clase y los entronques entre patriarcado y capitalismo. Parece que se refieren a un «feminismo socialista», pero no llegan a darle forma dentro del proyecto político de Petro, justamente porque él está más interesado en las veleidades electorales que en lo que tienen que expresar las ciudadanías libres.

Aquí busco explicar qué es el neofeminismo, así como sus relaciones con otros feminismos como el liberal, el radical y el socialista. Después describiré algunos rasgos de la manifestación del neofeminismo en Estados Unidos, Europa y Colombia. Este neofeminismo, que ya es dominante en nuestro país, se refleja en el uribismo, los sectores progresistas y las feministas que crean periodismo y opinión para grandes empresas de medios de comunicación. Ellas también propician el secuestro del feminismo por el capital bajo ideas políticas que oscilan entre la derecha y la izquierda. Al final, reflexionaré sobre el rol del feminismo, las mujeres y la igualdad en la disputa electoral por Bogotá.

Neofeminismo y sus vínculos con otros feminismos

No existe una idea general acerca de qué es el neofeminismo. Sin embargo, este término suele usarse para marcar momentos y tendencias de cambio epistemológico y político al interior del feminismo. El feminismo puede ser comprendido como una teoría, una filosofía, un campo interdisciplinar de conocimiento y un movimiento social que lucha por la igualdad de género y el reconocimiento de la agencia de las mujeres en medio de las diferencias culturales que atraviesan sus vidas cotidianas.

Algunas feministas de la primera ola, asumidas en Europa, Estados Unidos y algunos países latinoamericanos como «sufragistas» (suffragettes), disputaron el voto femenino, y con ello, aspiraron a obtener cargos en instituciones públicas. Sus acciones incluyeron protestas y huelgas, pero también hubo sufragistas que prefirieron luchar por la igualdad de las mujeres en el derecho y la política dentro del ordenamiento legal. Los reclamos de las sufragistas se ubicaron en el liberalismo clásico y el pensamiento ilustrado. Ellas abrazaron la Ilustración como punto de partida para disfrutar los derechos y la ciudadanía en igualdad de condiciones. Con un aura de neutralidad y objetividad, las sufragistas liberales también omitieron posibles jerarquías entre las mujeres por su raza, etnia y clase. En lo que tiene que ver con la clase, el carácter burgués del movimiento sufragista fue rápidamente rechazado por mujeres marxistas como Rosa Luxemburgo y Aleksándra Kollontái a principios del siglo XX. Asimismo, el colonialismo discursivo de este feminismo y otros feminismos que le siguieron, como el radical, fueron visibilizados por antropólogas como Chandra Mohanty Talpade en los años ochenta.

La segunda ola del feminismo tuvo lugar en Occidente y estuvo marcada por un inmenso activismo. No obstante, las feministas que elaboraron iniciativas políticas y de producción de conocimiento en esta ola fueron más allá de la igualdad legal. Quienes hicieron activismo dentro de la segunda ola —que va desde la década de los sesenta hasta los años ochenta en los Estados Unidos—, demandaron la libertad sexual, los derechos reproductivos, una vida digna en el lugar de trabajo para las mujeres y la erradicación de la violencia contra ellas. Paralelamente, promovieron los grupos de conciencia y el movimiento de liberación de las mujeres. En ese país se prestó especial atención a la violación y se impulsaron iniciativas para abolir o regular la pornografía y la prostitución. Al interior de esa misma ola también surgieron escisiones entre visiones del feminismo. Estas se expresaron en el feminismo liberal; las perspectivas sobre la (in)compatibilidad entre el feminismo y el marxismo, y la posibilidad de crear feminismos radicales y socialistas. En medio de estas divisiones, el feminismo radical y el feminismo socialista se expusieron como «neofeminismos», puesto que representaron una ruptura tajante con el feminismo hegemónico liberal.

El feminismo radical y el feminismo socialista se sitúan en las décadas de los sesenta y setenta. Según Cristina Sánchez Muñoz, Elena Beltrán Pedreira y Silvina Álvarez, el descontento y la lucha contra el sistema capitalista, las guerras imperialistas en el Sudeste Asiático, la desconfianza en los gobiernos y la opresión de las mujeres definieron las apuestas de ambos. Las principales exponentes del feminismo radical fueron Betty Friedan, Alice Echols, Shulamith Firestone, Kate Millet, Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin. Todas ellas defendieron la supremacía del patriarcado como sistema de opresión de la humanidad. El capitalismo fue pensado más como un sistema anexo o complementario del patriarcado. Ante esta idea, las feministas radicales recibieron críticas de feministas de color con orígenes indígenas, chicanos, negros, asiáticos y de Oriente Medio. De ahí emergió la teoría de la interseccionalidad que identifica los entrecruces de opresiones de clase, raza, género, religión, nacionalidad y estatus migratorio, y los entronques entre colonialismo, patriarcado y colonialismo. Asimismo, surgieron críticas de mujeres socialistas que, para ese periodo de tiempo, también comenzaban a identificarse como feministas.

En los años sesenta y setenta, el marxismo fue visto como una de las teorías explicativas de los cambios sociales y las relaciones de dominación (así como hoy en día). Este sirvió para dar cuenta de la política socialista de China, Cuba y la URSS. Las mujeres que integraron grupos socialistas se interrogaron por su rol dentro de estos y denunciaron el sexismo de algunos partidos de izquierda. ¿Cómo podía el marxismo explicar la explotación de las mujeres en el sistema capitalista y su subordinación en la sociedad? Para esto buscaron hacer compatible el marxismo y el feminismo. La consecuencia fue un entrecruce entre el patriarcado y el capitalismo que permitió analizar la subordinación de las mujeres y su lugar en el trabajo doméstico, la gestión de la vida y la división del trabajo.  Otro debate se centró en si era necesario rechazar al Estado como todos los marxistas o seguir elaborando estrategias en el contexto de este, como fue el caso de los socialdemócratas. Actualmente, existen varias iniciativas de reconstitución del comunismo que resaltan las inconsistencias del feminismo contemporáneo. No obstante, es importante afirmar que algunas de las lecturas de quienes se autodenominan comunistas en las redes sociales asimilan los feminismos actuales como totalmente «liberales» o «sufragistas», sin hacer justicia a los desarrollos, acciones y transformaciones históricas que han sufrido estos. 

En diversos círculos políticos de Estados Unidos, Europa y América Latina se ha discutido sobre la emergencia de otro «neofeminismo». La tendencia de cambio que este designa se halla en las disputas entre progresismo y neoconservadurismo. Se trata de un feminismo que se nutre de los fenómenos de redes sociales y auge digital y que rechaza los actos de protesta de otras mujeres por la libertad sexual y corporal, como por ejemplo, los reclamos por la no estigmatización de la menstruación, la posibilidad de no depilarse y la decisión de no seguir ningún canon de belleza impuesto por los medios de comunicación y las industrias de entretenimiento. De igual forma, este neofeminismo refuerza la «esencia femenina» como elemento de distinción y gusto de sus activistas, fortalece los binarios hombre/mujer y masculino/femenino e ignora la diferencia cultural y sexual. Estos discursos neofeministas incentivan el liderazgo de mujeres que se encuentran bien ubicadas en la estructura de poder como Sarah Palin, Ivanka Trump, Michele Bachmann, Siv Jensen, Krisztina Morvai, Pia Kjærsgaard y Marine Le Pen. 

Dentro del espectro progresista, los referentes de ese neofeminismo son Michelle Obama, Hillary Clinton y las actrices estadounidenses que apoyaron con ahínco el movimiento #MeToo y el Partido Demócrata de los Estados Unidos en las elecciones ganadas por Donald Trump. En su página web, la colectiva feminista autónoma «Las comadres púrpuras» afirmó que estas mujeres representan un neofeminismo burgués. Este devora el feminismo liberal e igualitarista para defender los derechos de las mujeres adineradas y captar sectores representativos de la diversidad cultural con fines de mercado.

Entonces, se trata de un solo fenómeno, que se ubica en todas las orillas ideológicas de la política y que se adapta para facilitar la explotación de las mujeres en el capitalismo. Frente a esto, las feministas deben reflexionar sobre cómo ciertos sectores usan sus herramientas y discursos para lograr objetivos que no tienen que ver con la igualdad. Es en la ideología burguesa y la renuencia del feminismo a la hora de construir acciones por fuera del Estado que estos sectores se fortalecen. Finalmente, estos pretenden generar ganancias y promover la supremacía de las mujeres blancas por encima de las mujeres migrantes, musulmanas, trans, indígenas, negras y campesinas que enfrentan pobreza, violencia, discriminación y racismo. Para esto emplean el feminismo.

Neofeminismo en Colombia

En Colombia, como en muchos países latinoamericanos, es difícil aplicar la periodización del feminismo por olas. Esto se debe a los matices que adquieren las reivindicaciones feministas y el origen de sus luchas en determinados momentos de la historia. Algunas feministas se inclinaron por el sufragismo para obtener el voto, y así, publicaron revistas y panfletos e intervinieron en debates dentro de las instituciones públicas. Otras han integrado organizaciones sindicalistas y de izquierda y han planteado el debate sobre el sexismo en el socialismo. Varias feministas también han construido una vida de activismo en las ONG y las instituciones de cooperación internacional que impulsan la institucionalización del enfoque de género por medio de la Plataforma de Acción Beijing y la CEDAW. Como consecuencia de sus luchas y resistencias, el Estado colombiano incorporó la protección de los derechos de las mujeres en la legislación vigente.

Aún así, existen numerosas tensiones entre feministas y otras mujeres organizadas en Colombia, como las indígenas, las negras y las campesinas. Las indígenas, particularmente, subrayan la imposición, el separatismo —que consiste en desligar a los hombres de escenarios de discusión sobre asuntos de género y configurar espacios exclusivos de mujeres—, el etnocentrismo y el racismo de las feministas urbanas y de clase media. El diálogo político entre estas mujeres es algo que está pendiente en nuestro país. Ciertamente, no se ha logrado un alto nivel de colaboración entre feministas y otras mujeres organizadas. El acto por el que una feminista blanca le da voz a una mujer indígena suele entenderse como un favor o un regalo especial, pero nunca como la materialización de una conversación política. En realidad, esto constituye un vestigio del colonialismo inherente al feminismo dominante en este país.

Varias mujeres académicas han contribuido a la producción de conocimiento sobre el feminismo. Por medio de esta, apoyan las luchas de las mujeres y aportan a la erradicación de las opresiones de raza, etnia, clase, género, orientación sexual y estatus migratorio. Sin embargo, en un país con poco acceso a la educación, con medios e industrias culturales que solo reproducen estereotipos de género —mujeres víctimas, violentadas, pobres, marginadas y sin agencia—, con empresas que niegan la existencia digna y con políticos oportunistas, hay bastante espacio para la emergencia de neofeminismos burgueses, tanto progresistas como de ultraderecha.

El discurso neofeminista en Colombia se ha presentado en mujeres como Marta Lucía Ramírez, quien ocupa la Vicepresidencia de Colombia. Ella se ha asumido feminista, y en varias ocasiones, ha reivindicado que las mujeres deben construir positivamente y nunca  destruir lo que el Estado hace por ellas. Del mismo modo, ha asistido a Ivanka Trump en iniciativas de emprendimiento femenino que convienen a la explotación capitalista en el país. Simultáneamente, se ha manifestado en el grupo de feministas que hace parte de la Colombia Humana, con Ángela María Robledo a la cabeza; en el movimiento Estamos Listas de Medellín, que es la expresión de un feminismo liberal que solo se queda en la política electoral, y en periodistas feministas como Catalina Ruíz-Navarro —pionera del feminismo pop— y el colectivo que produce «Las Igualadas» para el periódico El Espectador. Las feministas pop y algunas mujeres que promueven el feminismo dentro de cadenas de noticias como W Radio y El Espectador acuden a representaciones tradicionales de la esencia femenina y a cánones de belleza incentivados por las industrias de entretenimiento para incrementar la audiencia. Asimismo, impulsan la diferencia sexual y de género no con fines de inclusión, sino para aumentar la popularidad de sus productos. Ellas combinan apuestas progresistas con una validación vedada de la explotación capitalista, que se refleja en el empleo de discursos que codifican como suyas las vivencias de «mujeres otras» con identidades, cuerpos, geografías, historias y políticas divergentes. En otras palabras, son feministas liberales que actúan dentro de la órbita del Estado y que favorecen los intereses del libre mercado, aunque lo escondan con críticas ocasionales a los funcionarios públicos, columnas sobre si usar maquillaje y copa menstrual es feminista y algunas menciones eventuales a la política anticapitalista.

El feminismo, las mujeres y los asuntos relativos a la igualdad de género han adquirido relevancia en las campañas electorales de izquierda y centro por la Alcaldía de Bogotá. A continuación, hablaré de los usos políticos de estas nociones en el contexto de la disputa electoral.  

Ideas sobre el feminismo, las mujeres y la igualdad de género en época de campaña electoral

Las expresiones dominantes del feminismo en Colombia han propiciado la reproducción de estereotipos de las feministas y las mujeres entre varios sectores de la población. Hombres y mujeres han cuestionado la superficialidad del feminismo pop, así como su complicidad con los medios de comunicación y las industrias de entrenamiento, moda y belleza. Otras personas han rechazado las vertientes del feminismo liberal que subsisten en la izquierda progresista y el centro, así como el uso oportunista de la diversidad sexual y de género para adquirir votos sin generar inclusión real. Asimismo, existen personas que han refutado, con razón, las denuncias de acoso sexual en redes sociales, por carecer de debido proceso. Si bien el porcentaje de denuncias falsas es muy bajo, conviene prestar atención a este asunto que pareció desbordarse con el movimiento #MeToo. Este se tradujo prontamente en una «guerra de sexos» y en una nueva forma de puritanismo sexual.

Es en el terreno del acoso sexual, las denuncias y el debido proceso que se abordan muchos de los significados atribuidos al feminismo, el lugar social de las mujeres y la igualdad. Tanto Hollman Morris como Claudia López han empleado políticamente estos significados para posicionarse mejor en el juego electoral y ganar la disputa por la Alcaldía de Bogotá. Morris ha impulsado argumentos antifeministas y críticas injustas a las mujeres que luchan por erradicar el acoso y ha asumido el liderazgo de los hombres «injustamente» denunciados. Gustavo Petro lo ha respaldado, e incluso, ha llegado a afirmar que un metro subterráneo es una iniciativa feminista, lo mismo que incluir mujeres como cabezas en la lista de Concejo. Entre los seguidores de ambos en Twitter, las mujeres que cuestionan la candidatura de Morris y los vicios de liderazgo de Petro han sido rotuladas como «neofeministas» y «feministas radicales». Esto no constituye una crítica sólida al feminismo dominante en Colombia, pero sí un ataque frontal a las reivindicaciones de justicia sexual para las mujeres. A veces, se puede notar cómo algunos seguidores de Petro y Morris en esa red social legitiman atrocidades como la violación, el acoso y los actos sexuales abusivos con tal de defender a sus líderes. El feminismo ha sido significado, en este caso, como una herramienta para consolidar la supremacía masculina en la izquierda.

Claudia López ha acudido a su identidad de género y a los escándalos de violencia protagonizados por Morris para mostrarse como una alcaldesa idónea para Bogotá. Para esto, ha apelado a campañas de redes sociales para difundir estereotipos que justifican su propuesta de gobierno para la capital. Entre los estereotipos que reproduce se encuentran los siguientes: (1) las mujeres, entendidas como las llamadas a limpiar la corrupción ocasionada por los hombres —en sintonía con la consulta anticorrupción—; (2) la superioridad de las mujeres para la gestión de los recursos por su mayor lealtad, disposición de servicio, sensibilidad y cuidado (también se entiende que son menos corruptas), y (3) la autenticidad de una mujer lesbiana como primera mandataria de Bogotá. Todas estas ideas son falsas o verdaderas dependiendo del contexto, y ciertamente, el género no determina que una mujer sea mejor gobernante. Lo que define esto es su posición dentro de los antagonismos de clase.

Todos estos usos oportunistas del feminismo, el papel de las mujeres en la sociedad y la igualdad perjudican gravemente las luchas por una ciudad incluyente, no violenta y respetuosa de la diferencia. En consecuencia, se hace necesario superar la farsa de la política electoral para producir nuevas formas de hacer política en el espacio urbano que reivindiquen la igualdad, la justicia y el respeto por la diversidad cultural, sexual y de género. De igual manera, la problematización del neofeminismo resulta vital para crear diálogos políticos entre hombres y mujeres con perspectivas complejas del país y del mundo.

Vivian Martínez Díaz

Twitter: @VivianMartDíaz

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