La buena noticia es que a Peñalosa le quedan solo dos meses de mandato y esta misma noche sabremos quién es su sucesor. O sucesora. La mala noticia es saber que quede quién quede dentro de las cuatro opciones disponibles se verá atacado por una férrea oposición porque, sin duda, de entrada serán muchos más sus detractores que sus seguidores. Primero, porque de acuerdo con todas las encuestas el que gane lo hará por un margen estrecho. Y segundo, porque el que entre a gobernar a Bogotá lo tendrá que hacer lidiando desde el principio con el metro elevado de Enrique Peñalosa, adjudicado hace apenas unos días en las penumbras a un consorcio de empresas chinas acusadas en el pasado de corrupción. Además, con unos estudios incompletos y con una legalidad en entredicho.
En este orden de ideas y contra mis deseos y voluntad, teniendo en cuenta que las demás opciones para mí implican la continuidad más descarnada del gobierno nefasto, impopular e ineficiente de Enrique Peñalosa como lo son Galán y Uribe Turbay por un lado, y un mandato inviable como ya lo expliqué en mi columna anterior sobre Morris, por descarte y solo por descarte, mi apoyo en esta oportunidad es para Claudia López. Acá es donde haré mi analogía que para algunos podrá ser coherente y para otros un absurdo sacrilegio. Por fortuna para mí los años me han llegado acompañados de un absoluto cinismo en el que soy consciente sobre mi derecho absoluto a opinar y además soy consciente de saber que a los demás mi opinión les puede parecer una basura. Me da igual.
Empiezo. El 13 de octubre de 1972 el vuelo No. 571 de la Fuerza Aérea de Uruguay se estrelló en la cordillera de Los Andes con 40 pasajeros a bordo y 5 tripulantes. De estos al final, después de soportar 72 días con sus noches, solo sobrevivieron 16 personas. Esas 16 personas en el momento más crítico debieron optar por tomar una decisión que controvertía todos sus principios cristianos. De hecho, la mayoría de ellos eran miembros del equipo de rugby Old Christians, para que no quepa duda sobre lo difícil que fue para ellos tomar esta decisión. Ante la falta de alimentos y ya rayando con la inanición, decidieron alimentarse de carne humana de sus compañeros de tragedia fallecidos. Solo pusieron dos condiciones para seguir adelante con esta idea: No se comerían a sus familiares y no comerían mujeres. Los demás, conservados por la nieve y las bajas temperaturas, harían parte del menú cotidiano mientras eran rescatados. Claramente no era una decisión fácil y de hecho la mayoría se resistió a esta posibilidad. Pero fueron convencidos poco a poco por quienes veían en esta opción la única manera de sobrevivir. Y fueron convencidos aún más por el hambre insoportable que de no ceder los hubiese matado. Con este símil, a todas luces exagerado y sobre circunstancias completamente diferentes, lo único que quiero evidenciar es que algunas veces debemos tomar decisiones en contra de nuestros principios porque por principio (y acá está la paradoja) siempre habrá algunos principios que en determinadas circunstancias serán superiores a nuestros principios cotidianos que, en condiciones normales, no se ven afectados por ningún evento excepcional. En el caso de los sobrevivientes de Los Andes ese principio era el de la vida misma. Sin vida todos los demás principios carecen de valor, aún más dentro de una tragedia que ellos no provocaron, de la que eran víctimas. En cuanto a mi elección por Claudia López, el principio excepcional que me orienta en contra de muchos de mis principios cotidianos es el de necesidad, y es una necesidad derivada de una falta total de opciones. Como nos toca votar muchas veces a los colombianos, en mi opinión es la opción menos mala.
Siempre he sostenido que desde que Claudia López dejó la investigación para entrar en las lides electorales Colombia perdió una líder social notable para hacerse a una política más, del montón, destacada por sus formas, pero lo mismo en el fondo. Desde sus inicios en las urnas López ha reptado dentro de las huestes de esos políticos de vieja data que llevan cuarenta años diciendo que no son políticos, como Antanas Mockus, o bajo el ala protectora de los tibios y pusilánimes como Sergio Fajardo. Y un fiel reflejo de su forma de hacer política es su propio partido, el Partido Verde, una colcha de retazos cuyas piezas no solo son inconexas sino además totalmente incoherentes. En el Partido Verde se encuentran personas frenteras y valientes como María Fernanda Rojas y otras convenientes y acomodadas como Jorge Torres o Lucía Bastidas. Y parece que al interior de ese partido les da igual. No hay bancada ni disciplina y todos se cubren bajo el manto de un partido que al menos en la parte del mundo en donde estoy actualmente tiene lineamientos claros y concretos en donde el punto de encuentro de todos sus militantes es la sostenibilidad ambiental y la protección de los recursos naturales. Es incomprensible y absurdo que los cómplices de ese depredador ambiental que es Enrique Peñalosa como Torres y Bastidas militen en un partido que tiene un sello internacional por la protección de los derechos medioambientales. Y quieren vender eso como “pluralidad” cuando no es más que la vulgar politiquería de los votos.
Sin embargo, creo que Claudia López al nivel de la alcaldía de Bogotá no puede comportarse como una autócrata sin control y debe mostrar mucha más coherencia que la que demuestra su partido e incluso ella. Bogotá no está para nuevos engaños ni desde la derecha ni desde la izquierda. Y creo que en esto Claudia López es mucho más sensata; lo ha demostrado en momentos clave de la historia reciente porque ha sido capaz de tomar posición sin irse a ver las ballenas.
Y acá es donde le surgen otros atributos que la hacen mejor que sus competidores peñalosistas como Galán o Uribe Turbay. Claudia López sí se ha hecho a pulso y sí ha conocido a Bogotá desde sus necesidades y no desde sus privilegios. Carlos Fernando y Miguel solo conocen el Transmilenio para hacer campaña política o fingir humildad. Su vida los ha llevado por las mieles de los vehículos asignados por el Estado y las escoltas. Claudia se ha hecho un nombre propio por sus méritos, logros y luchas. Carlos Fernando y Miguel se han hecho una imagen por los apellidos de sus padres y abuelos respectivamente. En Claudia hay una genuina representante de la clase media bogotana, en Carlos Fernando y Miguel están los privilegios heredados, los apellidos, el abolengo, los cargos y los votos ganados desde las maquinarias políticas como una imposición a la sociedad como pagando una condena por el asesinato de sus padres.
Por esa consciencia de clase y esa conciencia de lucha es que sumando y restando decidí jugármela para estas elecciones por Claudia López. Reitero, creo que Colombia perdió a una gran líder y sumó una política más con todos los vicios de la política. Aún me dan arcadas cuando recuerdo a Claudia López vitoreando a grito herido en plena postulación de su candidatura el nombre de Sergio Fajardo a la presidencia de la República. No puedo sentir más que repugnancia al ver cómo sigue usando la imagen desgastada de Antanas Mockus que si era un faro de la moral pública en Colombia hace una o dos décadas, hoy no es más que el bombillo fundido y decorativo de ese faro que ya no alumbra. Entonces, mi hipotético voto por Claudia López es desapasionado. Es más, diría que es escéptico. Sin embargo, valoro que ha marcado distancia de Peñalosa de manera explícita y argumentada. Entretanto Galán se esconde tras los bastidores del “centrismo” y la “no polarización” para soslayar el apoyo decidido que le dio a Peñalosa en 2015 sobre un discurso polarizante, beligerante y de odio que hoy convenientemente se le ha olvidado para sembrar florecitas y esquelas perfumadas en donde antes había puesto cruces y calaveras. Porque Carlos Fernando Galán es un taimado y no diré más para no hacerle publicidad. Al menos debo reconocerle a Miguel Uribe Turbay que es honesto y directo para defender la gestión de Peñalosa que es en últimas su propia gestión. Tampoco diré más sobre ese personaje.
En fin, mi voto de confianza por Claudia López va más allá de esta coyuntura electoral y se manifiesta desde un análisis integral de su vida y trayectoria más allá de lo político. Por ejemplo, admiro la valentía y la manera pública con la que ha defendido su relación con Angélica Lozano contra todos los ataques homofóbicos que abundan en una ciudad en apariencia abierta pero que oculta grandes sectores de mojigatería, discriminación, arribismo, clasismo, racismo y todos esos ismos detestables de los que se creen superiores a los demás. Admiro sus posiciones firmes, documentadas y valientes para desnudar los nexos de Uribe y de gran parte del uribismo con los grupos paramilitares desde la academia y desde su cargo como senadora. Admiro su capacidad para tomar posición en coyunturas importantes como la que la llevó a apoyar a Petro para la segunda vuelta presidencial cuando la historia se lo pedía. Admiro su carácter, que aunque a veces sirva más para ratificar sus errores que sus aciertos, está presente, y esa, mal o bien, es una cualidad imprescindible para cualquier gobernante.
Por todos esos aspectos que rescato de Claudia López y ante las opciones disponibles mi voto sería por ella. Así tenga que comerme una rebanada de glúteo viendo como postula al pusilánime y melifluo de Sergio Fajardo para la presidencia, una costilla soportando esa publicidad política con Antanas Mockus diciendo una y otra vez sus frases cliché para postular candidatos o probando un poco de muslo cada vez que resiento las veces que se le ha atravesado a Navarro Wolff en sus aspiraciones políticas, mi voto sería por ella. Teniendo en cuenta esos aspectos, la inviabilidad de una eventual alcaldía de Morris y la insoportable prolongación de un segundo mandato de Peñalosa en alguno de sus comodines, mi voto es por Claudia.
Eso sí, debo aclarar que de llegar a ser elegida, estaría en la primera línea de sus veedores informales y de sus detractores cuando sea necesario. Porque el voto no es un acto de lealtad del elector con el elegido. El voto otorga un mandato que debe ser respetado por el alcalde que representa la voluntad de quiénes lo eligieron y el bienestar de todos los ciudadanos, incluso, de quienes no lo eligieron.
Por último y teniendo en cuenta el párrafo anterior, aún me pregunto en dónde estará la columna de Néstor Daniel García en donde se comprometía a explicar que un alcalde no está en la obligación de representar a los ciudadanos como lo afirmó tajantemente en uno de sus trinos que al final borró para anunciar esa columna que nunca escribió. Aún tengo curiosidad de ver cómo va a mantener esa tesis insostenible desde todo punto de vista. Pero esa es otra historia. Hoy voy a hacerle fuerza a Claudia López, como él.
There are 3 Comments
Srñor, para eso existe el
Si sr, estoy de acuerdo con
Aún pese a la complicada
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