No entiendo cómo funciona eso, pero siempre el próximo gobernante es peor que el anterior. Peor, para “la clase media y baja”, nunca para la dominante. En los últimos años pasamos de Gaviria a Pastrana, de Pastrana a Uribe, Uribe se reeligió, nos trajo a Santos y de Santos pasamos a Duque, que ya sabemos en qué va.
A pesar de todo, Colombia como madre, da a luz a personas que la quieren cambiar para bien, pero las matan. No es nuevo. Tenemos la tendencia a naturalizar la muerte. Los asesinatos nos duelen por unos días, tal vez por unos meses, rara vez por unos años, pero se nos terminan olvidando. Lo mismo pasará con Lucas Villa, un tipo que al parecer no se metía con nadie y que como una especie de Nostradamus sale en un vídeo horas antes de su asesinato diciendo: “En Colombia nos están matando”. El tipo predijo su muerte y con su muerte aparecieron la cantidad de imbéciles criticando cuántos años tenía, que si seguía estudiando o que él se lo buscó por bloquear una vía días antes, como lo insinuó José Félix Lafaurie, el presidente de FEDEGAN y esposo de María Fernanda Cabal. Un hijueputa con ropa y todo.
El otro día me dormí escuchando un audio de Lucas Villa, sus premoniciones sobre la muerte son escalofriantes y tristes. Tristes como las imágenes de él luchando contra la muerte tirado en la camilla de un hospital, rodeado de médicos, con dificultad para respirar, venido a menos. Esa imagen la relaciono con la de mi madre hace unos días, también viene ejerciendo su propia lucha contra un cáncer que la agobia y que me ha hecho pensar más en la fragilidad de la vida, de lo triste que es ver reducida a nada a la mujer que más amas en la vida.
En los últimos meses he visitado clínicas y hospitales con una frecuencia que nunca antes había tenido, he visto como sacan cada rato muertos de Covid. He visto gente que duerme en cualquier sitio porque el cansancio conjugado con la tristeza de ver enfermo a un ser querido, los vence en cualquier pasillo o silla. Estar enfermo y con este pésimo sistema de salud en este país, aumenta el nivel de esfuerzo para sobrevivir. Aun así los miserables quieren empeorar el sistema de salud, llevarlo a tal punto que cada vez sea un negocio más agresivo y más letal para el pobre. Vivir será cada día más costoso, aunque vivir es un suplicio impuesto.
Ahora los pensamientos existencialistas me visitan cada rato, la melancolía es constante. Me he vuelto melancólico. Melancólico, sí, pero no desesperado, al menos por momentos. La desesperanza se mitiga por segundos y ahí entiendes que el dolor, la tristeza, los desengaños no solo los sientes para sentir desasosiego, sino para también poner a temple nuestro ser, un pequeño examen para ver hasta dónde te puedes doblar sin quebrarte.
Sin embargo, vuelven las oleadas de ver el mundo solo a través de la desgracia, de la desidia y aparecen personas a hablarte de dios y sus planes para ti. Pero todo ese tema es solo más decepcionante, porque no hay un dios que dé garantías de poner justicia sobre todas las barbaries que se comenten en el mundo, en el país, en mi vida. Acá el único remedio para dejar este suplicio es la muerte, aquella que se lleva todo lo que nos motiva a seguir respirando. Entonces eso es lo que duele, que la impunidad triunfa siempre, nunca hay una reparación completa a las víctimas.
Tampoco opto por un suicidio, porque es una salida muy cobarde para lo poco que significa la vida, sería darle la victoria inmerecida a la vida misma. Quiero morir por mis descuidos de salud o algo similar, en la tranquilidad de saber que he hecho lo que he podido para estar en una relativa calma. Lo que si tengo claro es que la peor humillación sería morir a manos de un policía, de un Estado criminal que condena a la tragedia desde el vientre.
Toda esta situación agota, cansa en exceso y obliga a que la salud mental de cada persona la busque formas a veces inexploradas. Muchos lo hacen a través del deporte, el arte, el salir a marchar a diario… por mi parte, tratando de escribir. Aunque también estoy cansado de que mis pequeñas confesiones sean malabarismos que buscan encontrar algún tipo de esperanza, confesiones que buscan recordar los días en que sentía la ilusión como refugio seguro.
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