Huye el general Chiang Kai-chek, los Estados Unidos le instalan trono en Formosa, ocultan los ocurrido y durante décadas occidente piensa que la China son esos diez millones de chinitos que viven apretujados en la isla y no los casi cuatro mil millones que llenan la mitad del continente asiático.
Los parques de China estaban prohibidos para pobre y perros y morían de frío los mendigos en las madrugadas como en los antiguos tiempos de los mandarines; pero no era en Pekín donde se dictaban órdenes, no eran los chinos los que designaban sus ministros y generales, redactan sus decretos y fijaban sus tarifas y salarios. China no estaba en el mar Caribe por error de la geografía.
(Tibor Mende, La Chine et son ombre, París, Du Seuil, 1960)
RIO DEJANEIRO, OBDULIO. 1950
Está duro el partido, pero Obdulio saca pecho, pisa fuerte y mete pierna. El capitán del equipo uruguayo, negro, mandón y bien plantado, no se achica. Obdulio más crece mientras más ruge la inmensa multitud, enemiga, desde las tribunas.
Sorpresa y duelo en el estadio de Maracaná: el Brasil goleador, demoledor, favorito de punta a punta, pierde el último partido en el último momento. El Uruguay, jugando a muerte, gana el campeonato mundial de fútbol.
Al llegar la noche, Obdulio Varela huye del hotel asediado por periodistas, hinchas y curiosos. Obdulio prefiere festejar en soledad. Se va a beber, por ahí, en cualquier cafetín, pero por todas partes encuentra brasileños llorando.
-Todo fue por Obdulio -dicen, bañados en lágrimas, los que hace unas horas vociferaban en el estadio.
-Obdulio nos ganó el partido.
Y Obdulio siente estupor por haberles tenido bronca, ahora que los ve uno a uno. La victoria empieza a pesarle en el lomo. Él arruinó la fiesta de esa buena gente, y le vienen ganas de pedirles perdón por haber cometido la tremenda maldad de ganar. De modo que sigue caminando por las calles de Río de Janeiro, de bar en bar, y así amanece, bebiendo, abrazado a los vencidos.
(Mario Delgado Aparaín, “Mire que sos loco, Obdulio”, Jaque, Montevideo, 25 de enero de 1985)
CIUDAD DE MÉXICO Y COLOMBIA, DOS VIOLENCIAS. 1951
Lluvia de piedras, truenos y tempestades contra Luis Buñuel. Sindicatos y periódicos piden que expulsen a este español ingrato que con infamias está pagando los favores recibidos.
El pecado de Buñuel ha sido una película, Los Olvidados que provocó la indignación nacional porque retrata los barrios pobres de México. En este inframundo, unos adolescentes que viven comiendo lo que encuentran, se devoran a picotazos, como buitres, pedazo a pedazo cumpliendo el oscuro destino que la ciudad les eligió.
Una fuerza misteriosa, un misterioso trueno resuena en las películas de Buñuel. Es un largo y profundo redoble de tambores, los temblores de la infancia en Calanda haciendo temblar el suelo bajo los pies, aunque la banda sonora no registre ruido ninguno y aunque el mundo simule silencio y perdón.
Entre tanto, en Colombia, la realidad supera al cine.
Desde que asesinaron a Gaitán en una calle bogotana, en la cordillera y los llanos, en los páramos helados y en los valles ardientes, los campesinos se matan entre sí, pobres liberales contra pobres conservadores, todos contra todos: en el remolino de escarmientos y venganzas se luces Sangrenegra, Zarpazo, Tarzán, Malasuerte, la Cucaracha y otros artistas descuartizadores.
Pero los mas feroces crímenes los cometen las fuerzas del orden. A 1.500 ha matado el Batallón Tolima, sin contar violadas y mutilados, en su reciente paseo desde Pantanillo al cerro de San Fernando. Para no dejar ni la semilla, los soldados arrojan los niños al aire y los ensartan con la bayoneta o el machete.
- A mí no me traigan cuentos -mandan los que mandan-, tráiganme las orejas.
Dejan chozas en cenizas, humeando a sus espaldas, los campesinos consiguen huir y buscan amparo en lo hondo del monte. Antes de enmontarse, en dolida ceremonia matan al perro, porque hace mucho ruido.
(Luis Buñuel, Mi último suspiro (Memorias) Plaza & Janés 1982 y Germán Guzmán, Orlando Fals y Eduardo Umaña, La Violencia en Colombia, Bogotá, Valencia, 1987)
TAMBOR DEL PUEBLO EN BOLIVIA. 1952
Bate y rebate, dobla y redobla, venganza del indio que duerme como perro en el zaguán y saluda al amo hincando la rodilla: el ejército de los de abajo ha peleado con bombas caseras y cartuchos de dinamita, hasta que por fin cayó en sus manos el arsenal de los militares. Se desploma un ejército que nunca había ganado contra los de afuera ni perdido contra los de adentro. Se van apagando las fogatas y las últimas ráfagas de ametralladoras, los cascos amarillos de los mineros se imponen a las gorras militares, el pueblo baila en cualquier esquina y al lindo viento de la Cueca, flamean pañuelos y ondulan trenzas y polleras.
La capital de Bolivia les pertenece aunque lo ignoren los señores que hasta anoche se creían dueños de estas casas y de estas gentes.
Víctor Paz Estensoro promete: "desde hoy Bolivia será de todos los bolivianos". En las minas los obreros ponen la bandera nacional a media asta , que así se quedará hasta que el nuevo Presidente cumpla su promesa de nacionalizar el estaño. En Londres lo ven venir y el precio del estaño cae en un tercio, como por magia.
En la finca de Pairumani, los indios asan a la parrilla los toros de exposición que Patiño había importado de Holanda; las canchas de tenis de Aramayo, tapizadas con polvo de ladrillo traído desde Inglaterra, se convierten en corrales de mulas.
En los campos de toda Bolivia se viven tiempos de cambio, vasta insurgencia contra el latifundio y contra el miedo.
(Manuel Frontaura, La revolución boliviana. La Paz/Cochabamba, Amigos del Libro, 1974)
BUENOS AIRES, POR ELLA LLORÓ ARGENTINA. 1952
La odiaban, la odian los biencomidos por pobre, por mujer, por insolente ella los desafiaba hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta o a lo sumo para actriz de melodramas baratos, Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos: por su boca ellos decían y maldecían. Además, Evita era el Hada rubia que abrazaba al leprosos y haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleo y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos, desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo.
Suspiran, aliviados, los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra,
Muerta Evita, el Presidente Perón, es un cuchillo sin filo.
(Eduardo Galeano, El Siglo del Viento, Pág. 175)
CHAPLIN & KEATON. 1952
Buster Keaton ha regresado a la pantalla, de la mano de Charles Chaplin al cabo de largos años de olvido. Se estrena en Londres Candilejas y allí aparece Keaton compartiendo con Chaplin un disparatado dúo musical que dura pocos minutos y que se roba la película, una de las mas geniales de la historia, con el único que ha sabido seleccionar reparto, escribir el guión, componer la música, actuar y dirigir, solo.
Esta es la primera vez que Chaplin & Keaton trabajan juntos. Se los ve canosos y arrugados pero, con la misma gracia de los años mozos, cuando en los tiempos del cine mudo hacían un silencio que decía más que todas las palabras.
Chaplin & Keaton siguen siendo los mejores. Los incomparables. Ellos conocen el secreto. Ellos saben que no hay asunto mas serio que la risa, arte de mucho, pero de mucho trabajo, y que dar de reír a los demás es lo mas hermoso que puede hacerse mientras siga el mundo girando en el universo.
(Charles Chaplin, Historia de mi vida, Madrid, Taurus 1965)
Añadir nuevo comentario