Así aprendí a cuidar los libros prestados y me sentía grande e independiente porque tenía mi propio carnet de biblioteca y todo el trámite lo hacíamos solos. Gracias a ese plan lector leí varias de las Aventuras de Franz que hoy recuerdo con muchísimo regocijo, igual que este libro. No sé por qué lo escogí, es probable que porque se trata de un conejo. Y contrario a varias de las aventuras de Franz, no logro acordarme muy bien de esta narración. Eso no es raro pues no soy muy conocida por mi buena memoria. Algunos dicen que si no recuerdas mucho una historia es porque no te gustó, pero eso no es cierto, o por lo menos no aplica en todos los casos. Yo me veo leyendo este libro cuando era una niña y recuerdo muy bien mis reacciones, mientras que tengo una vaga idea de la historia que me cautivó tanto. Sé que algo malo pasa en un punto del cuento, casi segura de que tiene que ver con un entierro, porque esa niña que dibujo en mi mente, que increíblemente soy yo, la siento triste y preocupada en algún momento de la lectura. También me veo feliz al terminar la historia, pero no feliz de saltar y reír a carcajadas sino esa felicidad tranquila, que llama a la calma y que está acompañada de nostalgia, ósea con un toque agridulce y que no por eso deja de ser felicidad.
Entendí que no solo hay una forma de experimentar un libro, una película o un evento del pasado, mejor dicho una historia: uno también evoca esa experiencia de acuerdo con las emociones que le produjo y el momento de vida en el que estaba, como por ejemplo me pasa con Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, que lo leí cuando era adolescente y encontraba a quien era mi pareja en varias actitudes de “Rep”, el protagonista, o con la película Las ventajas de ser invisible, que no solo me cuenta la historia de Charlie sino la que yo vivía en esa época en la que pude identificarme con él. O como evidentemente me ocurre con la historia del conejo.
Hoy, dieciséis años después, quise buscar el libro y como era de esperarse no tenía grabado en la mente el título, entonces googleé: "libro conejo torre de papel norma" y apareció: “Conejo de felpa de Margery Williams”. Vi la ilustración de la portada, un conejo café arropado en la cama y brotaron algunos borrosos recuerdos de un niño en la oscuridad sentado en el piso de su habitación con la puerta entreabierta y de un jardín. Ya que una de las ventajas de ser olvidadizo es que puedes leer o ver historias casi como si fuera la primera vez, voy a comprar el libro y lo voy a leer con mi sobrino que en mayo cumple siete años. Seguramente mis reacciones y sentimientos no serán los mismos por obvias razones, ya no soy una niña de ocho años. Estarán más relacionadas con la añoranza de esa especifica experiencia lectora de mi infancia. Y con mi atestiguamiento en la experiencia de mi sobrino al adentrarse en la historia. Yo ocuparé el lugar que mi madre ocupó en el año 2002 cuando le dije fascinada que estaba leyendo la historia de un conejo y ella, que probablemente no se acuerda, les contó a mis hermanos sobre mi conmoción para que me escucharan hablar de ello. Agregaré esta parte a la experiencia de leer Conejo de Felpa.
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Me encanta este tipo de
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